lunes, diciembre 05, 2011

Ni un barco frágil de papel.

Feliz cumpleaños, Maia. Hoy rastreé tus mails, rebotaron todos. Vas cambiando de cuenta como de ilusiones. estaba bucando, te acordás, cuando escribía notas y metía guiños a lo nuestro. Pero me puse mal. Acá hay algo de cuando me ponía mal. Algunos, todavía, me preguntan qué pasó con nuestro casamiento. Un barco frágil de papel...
No, ni eso. Ni amigos. Además, ser amigos es como quedarse con el premio consuelo. Pero todavía me pregunto porqué me querés tanto. Yo sé porqué te quiero, pero, vos, mi pequeña, ahora que... No sé.




Una mujer de ojos oscuros y un pañuelo para llorar.

 





Ver pasar una mina llorando es común. Pero secándose las lágrimas con un pañuelo, ajá, con un pañuelo, es algo raro. Sofisticado y raro. Sucedió hace un rato. Este domingo, a las diez de la noche.
Estaba sentado en la puerta de mi edificio, con la misma remera que llevo puesta desde el jueves. Con el bolsito que me tironearon en Constitución, las zapatillas baratas -las rompo cada cuatro meses, por una vieja operación en el tobillo izquierdo: la pierna con la que mejor gambeteada cuando era el 10 en el club de mi barrio- la novela de Henning Mankell ("Pisando los talones" qué buen título, eh), el Miradas al Sur que me compró Franco a las 6 de la mañana en Parque Patricios, sentado ahí, sin la llave de mi casa. El jueves cumplía años mi hermano menor -el varón- y me fui, desde mi casa en Santa Fe, a Paraná para saludarlo. La encontré a mi pequeña, en la terminal, también viajando a Paraná (¿porqué las ex novias se vuelven tan hermosas después de que tienen la dignidad de dejarme?) y fuimos, en el viaje, conversando con humor, con gracia, con simpatía. Ah, mierda, los psicoanalizados somos tan sofisticados. ¿Hubiera creído, la mujer cincuentona  que al lado nos escuchaba dividirnos muebles, preguntarnos por la familia, dialogar sensatamente, hubiera creído que tres meses atrás estábamos en pie de guerra, porque la desilución es un mar de aguas profundas e insoportables?. Antes de bajarme le pregunté lo que no debería. Mi Pequeña, ya no mía, no sabe mentir. Quedó blanca, bueno, ók, entendí: ojalá sea un buen muchacho y sean felices. ¿Cómo iba a ser la novia de un periodista, militante oficialista, con pretensiones -a la madrugada- de novelista, si la pobre ni mentir sabe de tan buenita que es? Las seis cuadras que hay de la terminal de Paraná a la casa de mi vieja, las hice pensando que bueno, todo pasa. Este mes pagué una deuda a la AFIP que equivalía a mi sueldo. Tá, un mal día lo tiene cualquiera. Pero unos amigos del trabajo me conseguían los pasajes para irme a Tandil, aunque primero, querían llevarme, después se bajaron, pero, bue, todo bien, llegaba y después veía. Me llaman, un contratiempo, hubo algunos problemas. Yo soy un tipo moderado que busca generar consensos y apuesto al diálogo institucional, pero la vecina de calle Andrés Pazos se asustó un poco cuando me vio gritando por el celular una puteada larguísima, y de paso, renunciando. Ok. Un mal día lo tiene cualquiera. Ya me conseguiré un nuevo trabajo, no es para tanto.
La presidenta no fue por el temporal, así que no viajé a Viale y el Seba Lorenzo, que estaba por eso en Paraná, me llamó por teléfono. "Vamos a Tandil, ¿ya sacaste el pasaje?". No voy, Seba. "Ehhh" Y así. Fuimos a tomar un café al ACA (café de verdad, porque ahí no venden cerveza, ni ginebra, ni vodka o lo que más necesitaba: un balde de Bruja, para ponermelo de sombrero.)
Voy a Tandil.
Fui a la noche un rato al cumpleaños de mi hermano, lo veía felíz con su novia, por supuesto, lo quería cagar a piñas. No sólo a él, a toda persona felíz que se me cruce por el camino quería agarrarla con una metralladora. Como hacen los estadounidenses de escuelas secundarias cuando tienen un mal día. Sebastián me dijo una verdad: me la dijo, acodado al local de Flecha Bus mientras sacábamos los pasajes: "lo bueno es que peor no te puede ir". Es cierto, le dije, y me tomé un trago de optimismo. Y entonces llegó mi Pequeña, con su nuevo novio (saludos a ambos, eh) por cierto, con toda naturalidad, hay que reconocerlo: un pibe más joven, más alto, más flaco y seguramente más tranquilo que yo. Se me desfiguró la cara.
Pedí una ginebra rebajada con vodka y nafta súper, pero no, en la oficina de Flechabus sólo venden pasajes. Ok, un mal día lo tiene cualquiera: la situación no es tan desesperante, mi pequeña es felíz, estoy sin trabajo, no pude cobrar este mes pero Carrasco, ya está, nada peor puede suceder. Ahora es todo cuesta arriba.
En eso pensaba mientras estaba acodado en el bar de la terminal hablando con el Seba, y el cole nuestro, a cuatro metros.
Interesante conversación tuve. Hasta que le dije, "Seba, ¿subimos?" Ah, había un pequeño problema, nos dice el chofer del colectivo: "ése, el bondi de ustedes, ya salió".
Ahhhhhhh, tá, tá.
Tomamos un taxi con la idea de pararlo al cole en el tunel sufluvial. Lo agarramos en el último semáforo, con un pañuelo tapándonos la cara y una bandera de Barrios de Pie: o nos subís o de este piquete no pasás.
Cuando viajaba todos los viernes para ir a La Bloguera, caminaba por las paredes del colectivo: porque no puedo dormir en los coles. Pero, mi amigo Enrique Carbó, médico de estas pampas, me hizo una receta de pastillas para dormir que me cambió la vida para viajar. Siete horas. Seba, tomate esto y te recontra dormís todo el viaje. La tomó. Sí, durmió con un bebé. Hasta el último minuto del viaje. Lo sé porque yo a las dos horas ya estaba despierto. Caminando por las paredes. Con una inmensa resaca. Echándome la culpa por la guerra en Irak, por el atentado a las Torres Gemelas, por haberme peleado con el tipo de la AFIP, por haberme robado una plastilina en la guardería de Rosario cuando tenía 4 años.
Llegamos a las siete al Congreso.
En la traffic ya estaban los amigos. Estaba Mario, estaba Guille,  el Ingeniero, estaba Gerardo Fernández.
A las cinco horas, creo, llegamos a Tandil. Rubén Sentís y su esposa, Corina, nos atendieron muy bien. Mejor que mi vieja incluso, eh. Después cuento del Congreso de Pensamiento Nacional (Gerardo hizo una síntesis muy buena acá y seguramente más tarde se suban los videos). Pero, en realidad, yo estaba con Manuel el Coronel en el bar y me vinieron a buscar porque el panel donde yo estaba ya había empezado. Bueno, hablaron los que saben y después cerré yo -cerré porque no había un orden, y yo disimuladamente, me iba al baño cada vez que me llamaban de mi trabajo para seguir peleándome-  y bue, tenía que decir algo pero  no dije nada muy relevante, igual,  la gente se reía. Incluso hasta hubo una señora que quiso sacarse una foto conmigo, y un señor que me vino a felicitar y otro que me dijo, cuando volví con Manuel al Bunker (al bar), algo que en su momento me conmovió, pero ahora no lo recuerdo.
A la noche llegaron varios blogueros amigos, que yo aprecio mucho, y como hasta antes de las ocho de la noche puedo ser una persona afable, me sentía bien. Después me fui con el Guille -el Ingeniero me abandonó en ésta, algo muuuuuuuuy raro: generalmente, el Ingeniero es el último, antes que yo, claro, en irse- a tomar unas birras, me peleé con un pibito por no sé qué historia. Y después salí a un boliche, sintiéndome Aníbal el namber Uan, me encaré toda mujer que se cruzó por el camino, sin distinciones de raza, credos o religión (el Ingeniero, memorioso, me recordó la vez que me encaré una mina citando a Ricardo Arjona, tremendo). Usé todo mi arsenal de tácticas -chamuyé como un triste, solitario y final, me inventé más exitoso que Ricardo Fort, probé decir cosas ingeniosas y algo cultas, intenté con los chistes, me arrodillé y pedí por favor, hice la señal de la cruz y rogué a la virgen maría, bailé arriba del parlante, cabeceé tangueramente a una mina; bue, nada funcionó.Volví a las siete de la mañana con un adoquín al hotel. La historia del adoquín jamás la contaré, dado que es muuuuy bizarra. Pero el caso es que le pedí a la recepcionista (además de preguntarle cuál era mi habitación y ya que estaba, si por casualidad no quería darme su teléfono) que me envuelva el adoquín para llevarlo. Con una elegante bolsa de regalo que contenía un adoquín, subí a la habitación. Y más o menos a las doce del mediodía me estaban cagando a patadas para que me despierte y vaya al cierre del Congreso. Cosa que hice, claro. Me amigué con los que había discutido la noche anterior, saludé a todos, le agradecí con sinceridad a Sentís que me haya invitado, escuché el plenario, salí a fumar un pucho, me alegré por el sol y el cielo despejado, me fui sintiendo un hombre casi pleno, respiré hondo, me acordé de cuando iba a la plaza frente del Monumento a la bandera a jugar al fútbol y metía unos golazos haciendo pared con el pibe de la despensa, haciendo zizag en las puntas, enganchando para adentro por el carril derecho, el aire puro, las mariposas, el encanto de esta vida, un regalo de dios, cuánta alegría: debería mandar por facebook una tarjetita de esas re boludas que te mandan y te etiquetan y dicen "el sol brilla como un corazón porque tú puedes lograrlo". Seeeee. O escribir un libro de autoayuda. O bailar un malambo. O cantar la marcha peronista en la Exposición Rural.
Llegamos a Bs As. Me despedí del Guille, del Ingeniero, de Gerardo.
Saqué mi celular. Ja, campeón. ¿A quién llamamos, a qué estudiante de sociales de la UBA que esté re buena, sea kirchnerista, le guste Abelardo Castillo, crea por ejemplo que yo soy un genio y un tipo maduro pero muy lindo, eh, veamos, con cuál arrancamos, antes de ir a la medianoche al cumpleaños de Franco Vitale? Bueno, a ver. La A. Mendieta está primero. Agustín, mi hermano mayor. Alejandra, la esposa de un amigo. Y así. Pasé por todas las letras de mi agenda, perdón, por casi todas, cuando llegué a la T y leí "Taxi", me senté en la banquina, prendí un pucho y me quedé mirando un árbol.
La llamé a Elena que es una genial escritora. La busqué por la casa y fuimos a un bar en barrio Norte donde el mozo, recontra servicial, aparecía a cada rato para no se qué. Mozo, a ver: muy amable lo suyo, posta, pero estoy intentando levantármela y usted viene a romper las bolas a cada rato!
Elena, ponete las pilas, le dije: no seas felíz. No te lo digo por solidaridad conmigo, naaaa, pasa que felíz no podés escribir cosas buenas y humillantes sobre los tipos patéticos. No me vas a dar bola, tá, pero si escribís sobre mí yo me agrando tanto que paso a medir casi un metro setenta. Le cité a Barthes: "solo no quiero, loco no puedo, sólo soy siendo neurótico". En fin. Elena es una amiga. Y es una mina, como mi ex pequeña, que se la podría presentar a mi vieja y mi vieja, pobre, pensaría que Luquitas va mejorando. Ay. Bue.
Camino un poco, porque estoy podrido de viajar, me dije, y después me tomo un taxi hacia el cumpleaños de Franco (¿alguien leerá un post tan extenso, que me está divirtiendo escribir, pero que tiene menos relevancia que la candidatura a presidente de Marios Das Neves?) No sé. Llegué a Constitución. Ahí, me asaltaron. Un asalto muy raro. Uno de los chorros, me indicó cómo llegar a Parque Patricios caminando : "uhhh, mirá que es una bocha". Y, sí. Dado que no podré tomar un taxi. Entre otras cosas, porque acabás de afanarme (no le dije eso, sólo lo pensé).
Y acá corto.
Sigo, capaz, mañana.
Y al final nunca llegué a contar el final de la historia. La mina que pasó, en Santa Fe, llorando y se secaba las lágrimas con un pañuelo. 

1 comentario:

  1. Lo leí todo, contra todos tus pronósticos. Quisiera saber por qué habrá sacado el pañuelo la mina que pasó por Santa Fe y dónde quedó el adoquín. Y arriba Carrasco, siempre se puede estar peor (?).

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