jueves, diciembre 22, 2011

Vocación por la arrogancia (2)


Juancho, el colectivero. Es una canción de Carlitos Balá. Una letra pegadiza, la voz, inconfundible, de Carlitos. Un coro de época, feo, a los oídos de hoy. Está un kilo y dos pancitos, pero hay otra canción, que sirve más, a los efectos de lo que ya llamamos, pomposamente, como "la crisis del saber institucional". Otra canción, de tiempos idos, "Llegó el cartero", de la misma factoría intelectual.
El cartero trae, dice la canción, "noticias". Hubo un tiempo en que efectivamente, fue así. Cuando yo fui lactántrico me enseñaron, en la escuela, a escribir una carta. Y la tarea consistía, señoras, señores y porqué no lactántricos de hoy, en enviar, una carta. La carta salía, disparada por la imaginación y el cartero, con todas las formas necesarias y convencionales, desde Paraná, algún buzón de esos que luego el menemismo nos vendió, disparada, más rápida que un bombero, desde Paraná, alguna esquina con árbol y sombra, hasta el barrio de Belgrano, ciudad (ahora) autónoma, a la casa del tío Andrés. Y su esposa, Cochola. Lindos tiempos. No me acuerdo si el remitente se ponía delante del sobre o atrás. Saberes olvidados. Saberes que, en algún momento, fueron importantes. Todavía mando, de vez en cuando, o recibo, cartas. Generalmente correos con mi vieja, cheques o facturas, cosas así. Útiles, prácticas, "concretas" se diría, en el lenguaje maximalista de hoy. El correo sigue generando esa confianza de quedarse tranquilo y dormir sin frazada.
Pero ningún lactántrico hoy aprende a mandar cartas. Es un saber olvidado, en crisis, invisibilizado, puesto en el patíbulo donde aguardan su sentencia de muerte los rollos de fotografías, las diapositivas, y el cuadernito de 

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