Qué cosa. Tan tierna. Vista desde lejos. Está, el señor,
barbudo, tirado en la vereda. Con otros linyeras. Tomando vino en caja. Plena
madrugada. Al lado de colchones sucios, de chicos con mocos, de risotadas que
esconden, como la noche cerrada, un montón de misterios. De contrarios. De
enormidades que nadie quiere escuchar. Son más que pobres. Tienen el privilegio
violento de vivir mirando la riqueza, el mundo del glamour, el barrio de Palermo.
Pero viven en la calle.
Hay un distinto.
Miralo bien.
La barba descuidada. Ok. Pero no tiene ropa de marca. No le
importa, notalo, cómo viste (o sea, tiene cuna, no tiene nada que explicar: elemental, querido Moreno). Mira desesperado, como con esperanzas. Viste de negro.
Tiene los ojos verdes. El pelo enloquecido. Fuma mucho. Habla. No para de
hablar. Nunca para. Es distinto. Cree que tiene derecho a hablar. A explicar. Y se sumerge desde una locura emocional incontrolable a silencios
infinitos. Siente que el mundo le pagó de manera injusta. Se siente
infinitamente defraudado. Podría enamorar muchas actrices con el vocablo
ausencia. Tiene el peso de la muerte en los ojos. Tiene el gris de las veredas
en las mejillas, el alerta policial en la mirada, las bibliotecas que pesan en
los hombros, la torpeza en las manos de la clase media. Ese pibe no es un
trapito. Es un impostor. Se nota a las leguas.
En leguas se mide la distancia en los campos entrerrianos.
Tomé, días atrás, demasiadas cervezas con mis entrañables amigos Patucho y Zambayonny e hice lo que venía planeando: pasé una noche en la calle, con los que viven en la calle, cerca de casa. Quería vivir y probar algunas cosas de las que perdí contacto. Soy la Victoria Ocampo sin el talento pero con sus mejores vanidades, y qué.
Tomé, días atrás, demasiadas cervezas con mis entrañables amigos Patucho y Zambayonny e hice lo que venía planeando: pasé una noche en la calle, con los que viven en la calle, cerca de casa. Quería vivir y probar algunas cosas de las que perdí contacto. Soy la Victoria Ocampo sin el talento pero con sus mejores vanidades, y qué.
Me siento profundamente culpable, durante la madrugada, de
haber perdido el norte de la vida, la razón de la sensibilidad, detrás de este
camino estúpido del egocentrismo. Pido
disculpas a los que, hoy en la calle, durante esta noche de estrellas eternas y
soledad finita, jamás van a leerme. A ellos. Ojalá esté a la altura de las
cosas que creí y por las que luché. Ojalá.
hola lucas, te leo habitualmente, y en tantas me encuentro o siento cierta sintonia. soy de santa fe y ademas camino habitualmente(como vos) la ciudad del centro. la gente en la calle, son cada vez mas. en bsas en cada agujero hay un corazon sin bañarse y con hambre.que comen los pobres hoy? como vamos a hablar de salud si los pobres solo comen malas pizzas. q comeran mañana. debemos pensar en eso. pienso en eso.
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