miércoles, enero 18, 2012

pero qué boludo que me puse!


Estoy, aunque la imagen resulte tiernamente patética, regando una maceta. Bah, ahora no, ahora estoy usando los dedos para teclear, sentado en el escritorio que tengo al lado de la mesa, acá en Bs As. Mañana me vuelvo a Entre Ríos, cerca del río, a mirar la Patria, con esas ridículas y ajenas mayúsculas. A escribir cosas pomposas. A decir pelotudeces. Estaba hace un rato (debí haber elegido éste, aquél tiempo verbal) regando las macetas. Una por una. Atacadas, hoja por hoja, en la guerra de guerrillas que le hace el calor. Tengo azaleas en mi balcón. Legado de una novia que ahora es ex y mejor ni acordarme, pobrecita. Aunque en la secreta perversión de las veredas, por Santa Fe te buscaba entre las chicas que rápidamente doblaban la esquina. Hace algunos días. Pocos. Yo apuraba el paso y doblaba también. Yo te buscaba. Yo te confundía. Con cualquier chica de rulos negros, de andar agitado, de esa manera, tan tuya, de caminar, como si el resto del mundo no importara. Yo escribí estas cosas, ya lo hice mil veces, mirando el balcón que teníamos en Santa Fe. El árbol que me habían podado. Yo escribía con Polémico durmiendo al lado, entre los pies, al lado del helecho -¿te acordás de ese helecho? cuando te fuiste se me secó: pero aunque no me creas, se me secó de tanto regarlo, qué se yo, me olvidaba qué día lo había regado y así, sucesivamente, en el ritmo monocorde y estúpido que a veces, sobre todo durante el duelo, adquieren los días- y le metía con furia a los dedos, que después, de noche, se me hinchaban. Le pegaba cachetadas al teclado, me acordaba de cosas, me dolían otras, me reía de mis chistes, me hacía personaje de historias que recorrían el mundo y las emociones, me embanderaba, embebecido perdía, pero perdía y casi siempre en las cosas que escribía yo al final de todo ganaba. Yo escribía cosas que después tiraba. Teníamos esa computadora, de las viejas, con teclas gordas, que había que pulsarlas con la convicción de un ascensor viejo. Yo escribía como ahora, sin leer lo que escribo, con dos dedos, las gafas algo caídas, el vaso al lado, miles de páginas, anotaciones al lado, un plato de comida, el teléfono que sonaba, el trabajo, los libros apilados al costado, la pena enfrente, la ventana, el perro, la angustia, el helecho, la almohada, toda esa inmensidad de suposiciones que van organizando el significante de la huella fonética, vos también, me acuerdo, en tu carrera, estudiabas esas cosas, qué idiotas fuimos, buscando lo imposible, como bobos, a tientas, éramos, en cierto sentido, muy pendejos, muy chicos, para los retos grandilocuentes del amor que nos proponíamos, excesivos y torpes, qué adorable es, corazón, ser joven. Pensalo. Me acuerdo con un dolor lindo de levantarme y leer tus cartas puestas sobre la mesa, escritas a tinta de colores, hojas de facultad, la inmensa estupidez de haber fracasado, me acuerdo de ese dolor tan lindo y de las cosas que nunca me animé a que sepas. No eran amantes furtivas ni rameras de emociones, sino que, de vez en cuando, me iba por ahí y me quedaba solo, sentado sobre una piedra que sostiene una placa municipal y miraba la laguna, no hacía nada, miraba la laguna y ahí me quedaba, sin darme cuenta que pasaban las horas y que vos me esperabas y que vos te preocupabas y que vos desconfiabas y que vos me necesitabas.
Y que yo, cuando tenía que estar, no estuve.
Hace un rato regué las macetas del balcón. Me compré una regadera. En una ferretería que hay acá a la vuelta.
Y me acordé de todo esto. 

3 comentarios:

  1. ¿Cómo se hace para matar un helecho?

    Qué lindo texto, con sabor muy dulce :3 aunque con tantas, tantas "comas" lo leí rápido, de corrido. ¿Como cuando no hay espacio entre las palabras? bueno, así.

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  2. yo era joven..vos no te hagas el pendex..jaa*

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