Hola, forros. ¿Ya se volvieron expertos en metástasis, además de saber de motores de aviones, patrones impositivos para los niños bien con tristeza, políticas monetarias, reclamos del GAFI, tipificación en el código penal, problemas causales de la inflación, crisis financiera internacional, cotización de la soja, formación de gabinetes, industrias del papel y constitucionalistas de la puta padre?
Abrite un blog si sabés tanto.
Antes, la opinión sobre TODOS los temas estaba reservada a nosotros, los periodistas. Que estudiamos, para opinar, siempre listos, sobre todos los temas, a Marcuse. En mi curso -con Silvia Delfino (nunca la aprobé a la materia, no me acuerdo porqué, pero la recursé. Y...tampoco. Pero creo que me iba antes de rendir o algo así. Sabía de la materia, la enloquecía a la profesora, que me caía tan bien, pero así eran las cosas)-nadie entendía un carajo sobre Marcuse y esa era mi oportunidad, después de clase, con las chicas. Siempre fui un turrito. Más con la dialéctica del iluminismo, de otros autores, claro, tesis que algún avispado con vocación notará que sostengo en las apreciaciones, por otra parte irrelevantes, de la modernidad. Me gustaban esos días. Yo era una especie de profesor itinerante, recorriendo casas, bares, explicando las materias. Las materias que no rendía. No estudiaba. Por eso me costaba rendir. Pero leía esas tonterías. Ahora me aburren. Ya sé, no son tonterías. Son cosas serias. Pero las dábamos sustraídas de los debates que despertaban y supongo que eso me aburría, no sé. Yo leía con más entusiasmo, por los debates, las revistas académicas. Después fui descubriendo el secreto. Hay un secreto guardado en las páginas misteriosamente soleadas, radiantes, intocadas, intocables, de las revistas académicas. Un secreto compartido por pocos. Por muy pocos. No voy a ser yo el que lo devele.
Hubo un tiempo en que me interesó el psicoanálisis, pero en los cruces (forzados, diría hoy, pero a quién carajo le importa lo que diga) con la teoría literaria. Sostuve muchas inútiles polémicas sobre categorías que ya entonces a nadie le importaban. Yo jugaba a la ruleta rusa de los conceptos. Siempre al borde. Era, como alumno, muy hinchapelotas. Entre otras cosas, porque sabía. Y no era, por supuesto, modesto. Incluso, era peor que ahora, que aprendí a disimular o reírme de mí mismo. Anoche escribía una cosa muy triste. Muy linda a la vez. Sobre aquellos años. Mi word está lleno de secretos. De apuntes. De novelas. De ocurrencias. De planes locos. De notas sin publicar. Como si un pibe caminara contra la montaña colgando de un palo una bolsa de equipaje. Como se iba, cuando se iba, Tom Sawyer.
Con Marcelo Luna estudiábamos, años antes, mis años marxistas latinoamericanos, cosas muy densas. Cuestionábamos, desde una perspectiva latinoamericanista, el marxismo. Nos habíamos ido, después de un paso fugaz por el Partido Comunista, al estudio de las cosas nacionales y populares. Yo tenía menos de 20 años. Gobernaba el menemismo, la brecha, sosteníamos, se abría en el interior del peronismo existente o no se abría. No nos hicimos menemistas, ni ahí, que no se malinterprete, pero sosteníamos esas cosas por la conformación de la Alianza. Visto a la distancia, no estábamos tan desencaminados. Y ese camino me iba alejando de psicoanálisis y la teoría literaria y la comunicación. Después vinieron años locos, de postestructuralismo y hubo un reencuentro, como superación. Oh, estábamos superados de todo. Del leninismo. O sea, creíamos, de todo. Qué cosa. Igual, cuando miro para atrás, yo era loco, siempre lo fui, pero tenía una conciencia realista de las cosas, sabía analizarlas con eficacia. Dije muchas boludeces, quién no, pero del conjunto de locos, por lo menos a veces yo tenía los pies sobre la tierra. Hasta ahí nomás, eh. Tampoco la pavada. Y así. No sé porqué cuento esto. Chau, los quiero a todos.
Abrite un blog si sabés tanto.
Antes, la opinión sobre TODOS los temas estaba reservada a nosotros, los periodistas. Que estudiamos, para opinar, siempre listos, sobre todos los temas, a Marcuse. En mi curso -con Silvia Delfino (nunca la aprobé a la materia, no me acuerdo porqué, pero la recursé. Y...tampoco. Pero creo que me iba antes de rendir o algo así. Sabía de la materia, la enloquecía a la profesora, que me caía tan bien, pero así eran las cosas)-nadie entendía un carajo sobre Marcuse y esa era mi oportunidad, después de clase, con las chicas. Siempre fui un turrito. Más con la dialéctica del iluminismo, de otros autores, claro, tesis que algún avispado con vocación notará que sostengo en las apreciaciones, por otra parte irrelevantes, de la modernidad. Me gustaban esos días. Yo era una especie de profesor itinerante, recorriendo casas, bares, explicando las materias. Las materias que no rendía. No estudiaba. Por eso me costaba rendir. Pero leía esas tonterías. Ahora me aburren. Ya sé, no son tonterías. Son cosas serias. Pero las dábamos sustraídas de los debates que despertaban y supongo que eso me aburría, no sé. Yo leía con más entusiasmo, por los debates, las revistas académicas. Después fui descubriendo el secreto. Hay un secreto guardado en las páginas misteriosamente soleadas, radiantes, intocadas, intocables, de las revistas académicas. Un secreto compartido por pocos. Por muy pocos. No voy a ser yo el que lo devele.
Hubo un tiempo en que me interesó el psicoanálisis, pero en los cruces (forzados, diría hoy, pero a quién carajo le importa lo que diga) con la teoría literaria. Sostuve muchas inútiles polémicas sobre categorías que ya entonces a nadie le importaban. Yo jugaba a la ruleta rusa de los conceptos. Siempre al borde. Era, como alumno, muy hinchapelotas. Entre otras cosas, porque sabía. Y no era, por supuesto, modesto. Incluso, era peor que ahora, que aprendí a disimular o reírme de mí mismo. Anoche escribía una cosa muy triste. Muy linda a la vez. Sobre aquellos años. Mi word está lleno de secretos. De apuntes. De novelas. De ocurrencias. De planes locos. De notas sin publicar. Como si un pibe caminara contra la montaña colgando de un palo una bolsa de equipaje. Como se iba, cuando se iba, Tom Sawyer.
Con Marcelo Luna estudiábamos, años antes, mis años marxistas latinoamericanos, cosas muy densas. Cuestionábamos, desde una perspectiva latinoamericanista, el marxismo. Nos habíamos ido, después de un paso fugaz por el Partido Comunista, al estudio de las cosas nacionales y populares. Yo tenía menos de 20 años. Gobernaba el menemismo, la brecha, sosteníamos, se abría en el interior del peronismo existente o no se abría. No nos hicimos menemistas, ni ahí, que no se malinterprete, pero sosteníamos esas cosas por la conformación de la Alianza. Visto a la distancia, no estábamos tan desencaminados. Y ese camino me iba alejando de psicoanálisis y la teoría literaria y la comunicación. Después vinieron años locos, de postestructuralismo y hubo un reencuentro, como superación. Oh, estábamos superados de todo. Del leninismo. O sea, creíamos, de todo. Qué cosa. Igual, cuando miro para atrás, yo era loco, siempre lo fui, pero tenía una conciencia realista de las cosas, sabía analizarlas con eficacia. Dije muchas boludeces, quién no, pero del conjunto de locos, por lo menos a veces yo tenía los pies sobre la tierra. Hasta ahí nomás, eh. Tampoco la pavada. Y así. No sé porqué cuento esto. Chau, los quiero a todos.
Por ahí debo tener tirados desde hace años en algún rincón Eros y Civilización y El Hombre Unidimensional. Los traté de abordar varias veces (estaba muy al pedo y no había internet)Nunca pude llegar ni a la mitad de cualquiera de los dos.Eso si, siempre me llamó la atención que hayan sido escritos con el patrocinio de la Fundación Rockefeller.Felíz año también para voz,forríto.
ResponderBorrarque buen texto, abrazo
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