Rafa, en El Lobo Estepario:
domingo, febrero 26, 2012
Decisiones
Uno
esperaba que jamás ocurriera, pero intuía que algo como la tragedia
ferroviaria de la estación Once podía pasar en cualquier momento (y si
hay alguna duda, leer esto
de hace exactamente un año). Había una bomba de tiempo que finalmente
estalló en las manos de este Gobierno, que no es de los principales
responsables (o culpables) del deterioro y desguace de los ferrocarriles
pero tampoco llevó adelante un plan estratégico para revertirlo.
No
creo en la necesidad de sacrificar chivos expiatorios, sea un
Secretario de Transporte que ofrece explicaciones lamentables o
cualquier otro, ni tampoco en la de tomar decisiones a las apuradas que
sirvan solamente para "salvar la cara" sin resolver los problemas de
fondo. Sí creo que es hora de terminar con un estado de cosas que así
como esta semana provocó 51 víctimas fatales (y más de 1400 desde el inicio de la concesión a TBA) puede llevar a desastres todavía peores.
Por
supuesto, no es solamente el servicio de trenes suburbanos el que está
colapsado sino el sistema de transporte de todo el país. Pensemos que
cada dos o tres días mueren en calles y rutas de la Argentina un número
de personas similar al de las víctimas fatales de Once. Por eso es
imprescindible y urgente una reconstrucción integral del sistema
ferroviario, tanto el de transporte de pasajeros como el de carga. Algo
de lo que me ocupé aquí, con cierto optimismo.
Pese a mi veneración por alguien como Raúl Scalabrini Ortiz, tampoco creo en soluciones mágicas del tipo "estatización ya". Este post
de Antonio el Mayolero es ejemplar en su descripción del problema,
tanto en el deterioro en infraestructura y material rodante como en la
falta de personal capacitado, tanto en los aspectos técnicos como de
dirección, así como las sumas enormes que requeriría volver a poner la
red ferroviaria en condiciones aceptables. Tampoco se trata de volver a
circunstancias que llevaron al deterioro que justificó para gran parte
de la sociedad el desguace neoliberal.
Juan Carlos Cena ha sido ferroviario, militante de la Resistencia Peronista y autor del libro "El ferrocidio", muy recomendable para enterarse de la historia de la destrucción planificada de los trenes en la Argentina, empezando por el Plan Larkin-Acevedo de la época de Frondizi, siguiendo con la "racionalización" del Proceso, culminando con la liquidación de la década del '90 y llegando hasta los últimos años, en los que la política consistió a lo sumo en emparchar y tapar agujeros, sin que se encararan soluciones de fondo y con concesionarios que no ofrecen un servicio de acuerdo con los cuantiosos subsidios que reciben. Quizás lo que le falte al emotivo relato de Cena sea mencionar el apoyo explícito o la resignación con que gran parte de nuestra sociedad aceptó el desguace de los trenes y del Estado en general, bajo la influencia de hábiles comunicadores como el recordado Bernardo Neustadt o el todavía presente Mariano Grondona. Ayer escuchaba un audio de José Alfredo Martínez de Hoz que siendo ministro de Economía, exhibía como grandes logros los miles de kilómetros de ramales levantados, los cientos de estaciones cerradas, los miles de trabajadores del riel despedidos... Podrá argüirse que eso fue durante una dictadura genocida, pero acaso la mayoría de la sociedad reaccionó ante el "ramal que para, ramal que cierra" de los '90?
Juan Carlos Cena ha sido ferroviario, militante de la Resistencia Peronista y autor del libro "El ferrocidio", muy recomendable para enterarse de la historia de la destrucción planificada de los trenes en la Argentina, empezando por el Plan Larkin-Acevedo de la época de Frondizi, siguiendo con la "racionalización" del Proceso, culminando con la liquidación de la década del '90 y llegando hasta los últimos años, en los que la política consistió a lo sumo en emparchar y tapar agujeros, sin que se encararan soluciones de fondo y con concesionarios que no ofrecen un servicio de acuerdo con los cuantiosos subsidios que reciben. Quizás lo que le falte al emotivo relato de Cena sea mencionar el apoyo explícito o la resignación con que gran parte de nuestra sociedad aceptó el desguace de los trenes y del Estado en general, bajo la influencia de hábiles comunicadores como el recordado Bernardo Neustadt o el todavía presente Mariano Grondona. Ayer escuchaba un audio de José Alfredo Martínez de Hoz que siendo ministro de Economía, exhibía como grandes logros los miles de kilómetros de ramales levantados, los cientos de estaciones cerradas, los miles de trabajadores del riel despedidos... Podrá argüirse que eso fue durante una dictadura genocida, pero acaso la mayoría de la sociedad reaccionó ante el "ramal que para, ramal que cierra" de los '90?
Desde
ya, nada puede eximir de responsabilidad a los funcionarios actuales,
si se comprueba que faltaron a sus obligaciones de controlar el servicio
y exigir a los concesionarios una prestación adecuada y segura. Y tarde
o temprano, habrá que tomar decisiones que vayan al fondo de la
cuestión. Aunque algunos intereses se vean perjudicados.
Es muy recomendable la columna de Carlos Leyba en la última edición de Debate. Pero no es la primera vez que el economista advierte sobre una de las características malsanas de la etapa actual. En 2009 escribió:
La característica central heredada de los noventa es que el Estado (por venta, desregulación, ausencia de programación, etcétera) fue reemplazado por sus concesionados. El patrón de nuestra economía está moldeado por la economía de los concesionarios. Esa “subclase” (¿se acuerdan de la Patria Contratista?) conforma una nueva oligarquía (parvenue y Miami Style) que, más allá del daño para el conjunto de la sociedad, era compatible con aquella economía mundial en expansión. Difícilmente lo sea con la economía mundial que viene. Y esto implica que su especial situación, que va a defender a capa y espada -esa sí que destituye al Estado cada día- nos va a costar más, porque las anteriores productividades excedentes van a ser menos holgadas para financiarla. Prueba de su habilidad y capacidad de penetración es que los nuevos oligarcas rodearon, en exclusiva, en una cena íntima a Bill Clinton junto al matrimonio Kirchner. Señalaron públicamente dónde se radicó el poder económico real y lo que están dispuestos a mover para mantenerlo. Es que la renta petrolera, minera, los servicios públicos (de las carreteras a los bancos), otrora en manos del Estado, representan hoy una masa de recursos que, aplicados a la transformación productiva, forjarían otro patrón de desarrollo de la economía nacional.
Claro
que acompañar en una cena no implica subordinación política, y el
Gobierno actual ha mostrado recientemente intenciones de intervenir por
ejemplo en el área petrolera, lo que los medios opositores llaman "embestida contra las empresas".
Espero que demuestre una voluntad similar o mayor en el tema
ferroviario. Por mí, si es en favor del interés público, que embista
todo lo que tenga que embestir.
La
foto que abre el post recuerda el 1º de marzo de 1948, día en que el
Presidente Juan Perón concretó la nacionalización de los trenes. No se
trata de retroceder en el tiempo, sino del deseo de que los
ferrocarriles vuelvan a darnos la ocasión de una fiesta popular, en vez
de nuevas tragedias.
P.S.: También vale la pena leer la columna de hoy
de Alfredo Zaiat en Página/12, donde entre otros temas trata sobre la
experiencia británica de reversión de otra privatización fracasada.
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