viernes, julio 27, 2012

Los hombres que no amaban a las mujeres




Acabo de leer el libro. Tras ver la versión yanqui (mejor) y la sueca (con cosas interesantes, de su idiosincracia).  De Los hombres que no amaban a las mujeres. Forma parte de una trilogía, que me propongo leer. Tenía, entre los pendientes, la vida, apasionante, la muerte joven, relativamente, de Stieg Larsson. Sueco. Periodista de izquierda. De una izquierda dura.
El misterio persistente de la novela negra, depende de qué día me agarre, da que todavía tiene inagotado su potencial como género. Su potencial, digamos, subversivo, en tanto persista, claro, lo latente de la violencia social pero sin ingenuos encantamientos sobre la naturaleza (¿violenta?) del hombre. Del hombre como especie. Y del hombre como género.
 Como lector, disfruto, también, y enormente o incluso mayormente (salvando las distancias entre los buenos escritores y los malos, generalizando, digamos) con la literatura de misterio que con la negra. Con el policial de enigma. Hoy día, probablemente, sus géneros están más entrecruzados, en la literatura anglosajona. En la argentina, no. Reina la novela negra en las nuevas camadas. Pero con, en general y con las honrosas excepciones, pocas cosas buenas. El género nacional por excelencia, escandalizar a la abuelita, por suerte es restringido: produce muchos libros, casi ninguno bueno. Es curioso que, a mí que me alimento de la polémica y tengo, en eso, el cuero curtido, me guste, como un remanso, un lugar íntimo en el que reposar los nervios, la calma prolongada del policial burgués por excelencia.
Siempre, claro, distanciando los buenos libros de los malos. O, para no ponerme en juez en esa materia, que no desconozco pero a la que no me interesa juzgar, los libros de los que disfruto y de los que no. Y los que leen mucha literatura saben que los "gustos", por llamarlo de alguna manera, son compartidos. Son circulares. Son por consejo, por elección, a medida que se avanza en la escalera de las cosas leídas. Los hombres que no amaban a las mujeres, claro que está la traducción de por medio (que no sabría, ni por putas, juzgar, ni siquiera para mí mismo, que emito aún más contundentes juicios sobre la ontología de cada cosa del mundo de las que cuento) me pareció un buen libro. Atrapante. Pero prefiero la película. Está hecha de una materia cinematográfica, de su propio lenguaje. Sobre todo en la mejor versión, la yanqui. Maldición eterna a quien me putee al leer estas conclusiones. Aunque entre los atenuantes -Larsson vendió mucho, de modo que la crítica literaria, para defender sus decaídos lugares de poder, debe masacrarlo- está que vendió tras su muerte.
Ahora, sí, la profundidad sociológica, el talento literario están en el libro. Sin dudas. Lo que, entre otras cosas, da para repensar los que afirman la inexorable muerte del papel como hecho definitivo en torno al libro. Minga, diría el cleptómano del socialismo PRO, Alfredo De Ángeli. El libro, la necesidad de contar, contextualizar, argumentar, dotar de sentido desde un paisaje, de manera extensa, continuará. Quizás, incluso, de manera enriquecida. Con libros que se reescriban colaborativamente. Que se extiendan a través de una vida. Virtual. Menos finita que la vida de los huesos. Un escritor de puta madre como Larsson te hace pensar, camaradas, esas cosas. Tan gentiles. Tan nostálgicas. Tan calurosas con el mundo que conocimos.
De la mano, juntos vamos a arrancar. Mi lugar, tu lugaaaar. Cómo me gusta ésa, la que quizás sea la peor canción de la historia nacional. La más representativa de algo oscuro, necio, que tiene el país. Tan torpe. ¿Cómo decirlo? No le encuentro la vuelta. Es aquiiiiiiii, no lo dudes NI UN INSTANTE! Es mucho. ¿Ni un instante? ¿Aprendiendo del pasado sin volver la vista atrás?
Cambiando de tema, qué lindo es tener pelotas! Y responder con dignidad ante la crueldad del sistema.




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