Me gusta poner zanahorias a freír en manteca, dejar las puertas abiertas y escuchar, como fondo de la lluvia (la ventana también está abierta) el croer de la sartén.

Pequeñas cosas.

A veces paso un par de días, días en que todo me chupa un huevo, sin recibir noticias del mundo. Después, hago un recuento. Es muy loco cómo este gobierno, en relación a todos los anteriores que viví, produce, para bien  y para mal, noticias. A cada rato. Todo el tiempo. La huella de fábrica, quizás, sea la destrucción, que el radicalismo y el frepaso, hicieron de la autoridad presidencial y vicepresidencial. Aunque, también, los primeros tiempos de Menem heredaron ese legado radical: hacer mierda las instituciones. 

Naturalemente, se me quemaron las zanahorias. La salsa para el peceto, que corto con hilo, está arruinada. El tiempo no se pasa volando mientras escribo, sino que no pasa. Bah, el coso, oculto, en algún lado, sea que exista el inconsciente o el alma, pero el coso, desesperado, motivador, que te hace escribir, nace y se desarrolla desde esa ficción: detener el tiempo. El nuestro. El exclusivo. Y que el resto del tiempo, transcurra. Pase. 

Dejo un renglón.

Es la manera que encuentro de decir que hice una pausa, como si alguien le importara. Pelé nuevas zanahorias, derretí la manteca, empecé de nuevo. Hace un par de días fue Lolo, guitarrista de Miranda, a la radio. Llegó con papeles de carpeta, con sus canciones escritas a mano. Yo lo había charlado a ésto con Zambayonny y, en alguna noche perdida con Martín Rodríguez, con quien comparto el pasado de haber escrito poesía y haberla abandonado. Pero él era bueno en eso. Yo, no. Sino estaría, desde luego, vanagloriándome. El punto es la espacialidad y su vinculación con la musicalidad de la escritura. Que se transforma en la escritura digital. Que construye otro lector. De paso, les cuento algo. Un segundo. 

En Agosto voy a dar un taller sobre estas cosas, el periodismo digital, su vinculación con la literatura. La manera de leer, así, la historia y la política. Y en qué lugar se refugia la creación literaria. Morirán, o no, quién sabe, los soportes clásicos (no pienso derramar una lágrima por ellos, soy el resentido) pero la necesidad de crear y de leer (si es que la lectura tal como la conocemos, resiste, pero lo que sé es que persiste. Y vivirá, por siempre. O lo que dure la condición humana) nos sobrevivirá. Aunque nosotros seamos, en el olvido, polvo enterrado. Será en la ciudad de Buenos Aires, espero se anoten. Volvamos al asunto de la agenda de CFK. Bah, se agotó ya eso. No hay más que sorprenderse. Seguirse sorprendiendo. A nueve años, u ocho, no me acuerdo. Los pendejos se criaron con ésto. Tenía una imagen más distorsionada sobre esos pendejos. Estoy demasiado sentado en la lectura, muchas horas. Tengo que salir más. En vez de vivir las vidas inventadas, lujo de la escritura. Muchos de mis lectores son pibes. Tienen una mirada parecida. Supongo que uno de mis miedos es hacerse, con el tiempo, conservador. Balanceado con la necesidad de pensar, en los términos posibles, con libertad. No cuesta mucho. Y se vive mejor. 

Voy a revisar el peceto. 

Lo tenía en el congelador, donde pensé que había solo hielo. Aprendí a cortar, la carne, con hilo. Me lo habían tratado de explicar, una vez, en Corrientes. Algo que nunca aprendí, por ejemplo, es a destapar cervezas con un encendedor. Ya vengo. 

Volví. No tengo más nada para decir.