el blog de los trabajadores negreados

                                                                                                                   A Mendieta, mi amigo. Que todavía cree en las causas justas 

Hay cierta conjunción literaria entre el clima húmedo y un aire, sofocante, a tristeza que hace que renguee. Ciertas noches absolutas. Que camine torpe. Viejas heridas que no vienen al caso. Que cortaron de cuajo, como la leche, mis sueños locos de ser futbolista. Yo, de verdad, jugaba bien. No era ningún tonto. La pisaba y miraba el panorama completo. Las amenazas y oportunidades.
Y era buen camarada.
Capaz de saltar por cualquiera de mi equipo.
A las piñas.
Aunque en el equipo contrario estuviera, por ejemplo, mi hermano. Yo jugaba, como mandato de Moisés, jugaba en equipo.
La operación se iba a la mierda y los médicos, que arruinaron mi infancia, me gritaban al oído. Me ahogaban en un pozo profundísimo, lo juro, de tristeza. Y culpa. Por mi madre. Mi padre no estaba cuando agonizaba en hospitales públicos. Ni sé, nunca me informaron por las rivalidades políticas de las familias, siquiera, si llamó por teléfono.
Yo estaba, en las noches enormes donde soñaba con Jesús, más solo que los buitres. En un hospital con nombre de santo. De puré de zapallo. Pasillos oscuros, chicos pobres que me preguntaban cosas de dios, boxeadores que vestidos de médicos me pegaban trompadas al pecho, enfermeras que me enseñaron la ternura como significado profundo de la vida.
Insistí, ojo, insistí terco hasta que me rendí por que se me abrían los puntos, quise ser y no pude, Maradona. Yo odié de niño a Maradona. Por no poder jamás ni la posibilidad siquiera de serlo, nunca, por la consciencia abismal de saberme impedido. Adentro de las zapatillas tiesas que me legaban, usadas, mis hermanos mayores. Por que las ortopédicas eran imposibles para el bolsillo trabajador. Se abrían los puntos y alrededor se formaba, en mi tobillo, una bruma de mar, infectada y dolorosa. Tenía 9 años.
Era como una espuma, alrededor del tobillo.
Una espuma de mar. Entre el cosido. Bah, me da mucha rabia, rabia de perros en la boca, acordarme de todo esto. Por que mi vida desde entonces es explicar que quise y no pude.
Que sufrí asqueroso y pelotudo, y no es justo, no es bueno, está mal. Yo era solamente un niño.
-Deme la revista Joy
-Deme la revista Crisis
Ahora, que soy, un pedacito de la conjuración.
Que me olvido que alguna vez, éste fue, el blog de los trabajadores precarios. No el de los empresarios buenos y malos. Ni el -¿debo pedir perdón por ocuparme de los como yo, los últimos de los últimos, aunque puedan y deban, como materia moral obligatoria, soñar con un universo a la vuelta de la esquina por que nada los ata y todo lo desata, debo, de verdad, disculparme contra los empresarios de la salud en los sindicatos? Si es que debo, les aclaro: CHÚPENME LA PIJA, burócratas- de las causitas progres y las mariconeadas del lenguaje. Yo que creí en ametrallar el mundo por amor. En romper las convenciones. En no dejar de incordiar ministros. En acordarse, hipócritamente si querés (¿creés que yo no lo pienso? ¿Creés que no siento culpa?) en los que duermen en la calle.
Ahora que mi blog se lee demasiado más y me asusta.
Y dejaron de leerlo los que tienen ganas de olvidar la ética.
Ahora que se fueron a las "redes sociales" los bananas, que se fueron al show los cobardes, que se fueron a cobrar por palabra los sensatos, que poblaron con sus diseños chetos los secretarios de algo, ahora, no sé, volvía rengueando, y quería contarles algo.
Lo saben mis amigos y mis enemigos. Y los militantes de la mariconeada mundial de los matices.
Yo siento un enorme agradecimiento, respeto, admiración, egocentrismo, gratitud, por quienes leen desde hace mil años este blog. Y volvía renguando. Y lleno de demagogias que son dolores reales. Y sabiendo que los lectores, los de siempre, me entienden. Pero necesito, compulsivamente, decírselos.
Quizás por culpas. Que tengo. Ahora que, aunque sigo conservando el premio al editorialista peor pago del país, cortesía del gobierno nacional y testaferro, todavía tengo pelotas, no para contarlo, eso lo hace cualquier gil que tenga un cachito de dignidad, sino para conservar lectores. Amigovios. Que me han leído por años.
Quería agradecerles.
Me han ayudado mucho.
Muchísimo.
No sólo, sin demagogia, no sólo a que no me echen de trabajos donde no se puede decir la verdad, sino a vivir. A ser alguien en el planeta. A respirar. A tragarme dolores terribles. A ser parte de este mundo.
A veces cuando vuelvo rengueando a casa, pienso que la literatura me salvó del suicidio.
No.
Fueron ustedes.
Pocos o muchos.
La literatura si nadie te lee no vale un carajo en el mar profundo de la soledad.
Así que pocos, muchos, qué importa.
Quería contarles que soy un tipo agradecido.
Y que no pienso corregir un carajo de lo escrito. Sigo creyendo que corregir es arrepentirse un poco. Yo sigo creyendo en el blog de los trabajadores precarizados.
Y que la república unida de la soja es una inmensa mierda. Que hay que mostrar, en el blog de los precarizados, que no estamos unidos.
Aunque ahora me vaya bien.
Ustedes me bancaron cuando me fue mal.
Yo no olvido.
Olvidar es suicidarse un rato. Jamás.