lunes, septiembre 01, 2014

El día que mi perro mató a un pájaro

Esto fue publicado en el 2008. Polémico, se llamaba mi perro de entonces, murió. Yo vivía en Santa Fe. La historia del Pajarraco es verdad. La nena es conocida en Santa Fe, porque vende -es vendedora ambulante, bah, no sé ahora, pasó mucho tiempo: los pobres no viven mucho- o vendía, porquerías, con una convicción de mercader, para alimentar a los adultos de su familia. Como si un vendedor de autos usados te estuviera ofreciendo su libro de poesía para colaborar en una causa honorífica.
Polémico era un perro grandote. Yo volvía de Paraná, en micro, lo chocó en la ruta. Bajamos. No tenía heridas externas muy graves. Pero se arrastró, rodando, como haciendo cuerpo a tierra, hasta la canaleta, a tomar agua. Subieron todos los pasajeros. Yo me quedé. Lo cargué y lo llevé caminando por la ruta. Lo entablillé. Mi mujer me mandó a la mierda. Se lo di a una amiga, paseábamos a la tarde con Polémico. Mi mujer al tiempo se fue de casa. Volví a traerlo. Y un día cruzó la plaza inexplicablemente, con su renguera. Un camión lo mató. Así es la vida. Ja. No, no, así es la muerte
Lloré mucho cuando murió Polémico. 






Desde hace un tiempo que el colectivo al cruzar el túnel ha cambiado algo: hay pibes pidiendo. Van con los padres. Me acuerdo (y creo que lo conté, quizás alguno se acuerde, o tal vez no lo conté, no sé) que había una pelea a través de los diarios entre las policías de Entre Ríos y de Santa Fe sobre la procedencia de los mendigos, claro que asociados al delito. Porque todos sabemos, como me dijo un periodista enojado porque a la novia le robaron la moto, esos pendejos que hacen malabares en el semáforo son, vamos, todos chorros. Y la policía no hace nada. Ese conocido es curioso porque es de derecha pero no culposo. Casi todos los periodistas que conozco son gente de derecha, pero de la derecha progresista. O sea, de izquierda, como Carrió. Esa clase de progresistas. La que hace de la equidad un caso, pero eso sí, el deporte de la diferenciación social, ese deporte progresista, lo tienen bien clarito. Para graficarlo: que la empleada doméstica, al terminar de cocinar, se siente en la misma mesa que La Familia, les resulta tan escandaloso como un aumento de sueldo de los diputados. Ustedes saben, obvio, que el sueldo de los diputados es el problema nacional. Además de la Ley de Glaciares y el TEMA de la lechería.
Así era en la facultad. La mayoría de los que estudiaban conmigo (ellos estudiaban, yo buscaba chicas y peleas) ahora se dedican al periodismo. La necesidad de la diferenciación social, ese pilar de la derecha cultural, la tenían clarita. Pero en su variante progresista: la diferenciación debe no sustentarse en términos económicos, sino educativos. Por cierto, pasar por alto que la educación es un privilegio estrechamente asociado a las variables económicas es, cuándo no, un carnet de afiliación al progresismo. A la mayoría, ya no los veo. Pero también sé que, bueno, están con el TEMA de la lechería, la minería en San Juan y la Ley de Glaciares que son, qué duda cabe, los culpables del atraso provincial, de que no seamos parecidos a los porteños o, para que quede claro, a los franceses. Y hay que dejar en paz al campo, también.
Una flor, una postal, una oración al Gauchito Gil, una oración a alguna ignota virgen. Dejo las monedas. Colecciono estampitas. Cuando volví ayer a casa, iba parando en distintos lugares. Mesas en las veredas. (Cómo me divertía ayer: antes miraba Gran Hermano para saber de qué hablan los jóvenes, ahora paro la oreja y tuerzo el cogote. Durante una hora, lo juro por mi honor y por el carácter revolucionario de Binner, durante una hora que los escuché la conversación se centró en: cuál es el mejor proveedor de Internet, cuáles los mejores teléfonos, punto. Solamente de eso, una hora hablando, tres chicos y una chica. Mi dios, qué pelotudos). Bordeando el mediodía, tomando un té, escribiendo esto, miro el aparato que compré ayer. No tengo una cámara y es una lástima, porque no sé cómo describirlo.
La nena me vendió una postal.
Le pregunté qué era eso. Una deformidad de plástico y luces cursis. Un pájaro, me dijo, sale doce pesos. Los compró mi papá, tengo tres distintos, pero la gente no quiere comprarlos. Pero mirá que tienen doce luces. A ver. Me lo compra señor. Doce pesos, y qué hago con este pajarraco. Le sirve para jugar. Pero es feo, nena. No, señor, mirelo bien, es lindo. Bueno, tomá. Juro por mi santa madre que tuvo la desgracia de encontrarse conmigo cuando en verdad siempre me soñó arquitecto y bueno, por eso lo juro: es el artefacto más feo que haya visto en mi vida. Tiene un penacho rojo fosforescente, una cabeza de un plástico amarillo transparente y un cuerpo redondo y azul con franjas verdes como un cinturón. Y abajo, sobre la plataforma que lo sostiene parado, lo apretás y prende una luz por vez, de doce colores distintos. Horrible. Y encima mide como cincuenta centímetros. Y hay más: me gustó el pajarraco. Ay, doctora, sálveme.
Sé que en un par de días lo tiro por la ventana, se lo sirvo en la comida a Polémico o lo meto dentro del horno y le mando fuego. Es una cosa espantosa. Me divierte imaginar quién pudo haberlo diseñado, armado, fabricado. Quién fue el hijo de puta que se lo vendió a la nena. Por dios, es completamente feo, ni siquiera tiene algún error, alguna deformidad, algo distinto. No, ni una parte linda. Doncella, qué hacemos ahora. Es uniformemente feo, ortodoxamente feo, coherentemente feo: sí, es como el CEMA. Mi dios, si existieras tendrías que dar explicaciones por crear esta basura. En la cárcel. Pobre pajarraco, vino inútilmente a este mundo. Que mi madre me perdone, pero yo tengo un propósito en esta vida. No sé bien cuál es, pero eso es lo de menos. Los cantineros me palmean la espalda, las colegialas me tiran besos desde la ventana de la escuela, las señoras me hablan sobre el estado del tiempo, los muchachos me cargan porque perdió ñuls, no sé, este Pajarraco, en cambio, ahí, fierito, espantoso, sin funcionalidad, sin amigos, sin enemigos, sin un propósito por el cual existir. ¿Tiene sentido vivir sin conocer el amor, o una venganza consumada, la desgracia de tus adversarios no sé, los sentimientos sublimes, tiene sentido sin eso? Pajarraco, te vamos a tener que dar una función. Mirala a Braden, la planta que lucha contra un cáncer terminal (no es que, por ejemplo, haya ido a parar como herencia del último divorcio a las manos de un loquito que se va un par de días de vez en cuando y no la riega ni por asomo, no, ¿porqué esa tendencia a los argumentos banales? No te das cuenta que en realidad estamos pensando en el largo plazo, para no volver a cometer los mismos errores, en un acuerdo programático que siente las bases para una república con distribución del ingreso y contrato moral, Pajarraco, grabate eso, porque lo repito siempre) mirá ese foco de bajo consumo para colaborar con la Patria, mirá ese calzoncillo, bueno, no tendría que estar ahí, mirá esos vasos sucios: son la promesa del mañana, entendés, un vaso sucio es un acto en potencia, vos tenés que cumplir una función. Ya sé. Musa inspiradora. Con vos podría ganarme una moneda. Mirarte y, no sé, escribir canciones para Los Auténticos Decadentes, o ya sé. Puedo destrozarte cada vez que me enojo. No llegás ni al día siguiente, no. Bueno, ya veremos, por lo pronto, Pajarraco horrible, salí de mi vista.
Me hacés acordar a una chica. Cuando yo tenía quince años no tenía principios, con tal de mordisquear unos labios frugales era capaz de, puaj, tengo una rata en el estómago, te juro Pajarraco que solamente acordarme de esa chica, no sé si era una chica, no sé, para que te la imagines, era como ALF con guardapolvo, un espanto. Y me la agarro con vos, que no tenés nada que ver. Pasa que a los quince años uno es una hormona con patas, entendes. Pido perdón a Carver, a Renoir, a Vivaldi, por los pecados de juventud. Pido perdón, de frente y arrodillado, a la belleza. Todos nos hemos comido un bagayo o militado en el PC, son cosas de juventud.
-Doctora, hay un monstruo que me persigue por las noches. Mire, es una chica que conocí cuando tenía quince años y se parece a un Pajarraco que le traigo acá de regalo como atención porque yo no puedo amar a nadie. Y quería pedirle si no podría colaborar con la Campaña Financiera porque mire no no me veo diciendo eso.
Todo por un Pajarraco. Por la indigencia, la injusticia. Ahí está el origen de mis males. Mañana salgo con un FAL y me voy a la sierra, carajo. Mañana, hoy no, tengo que recuperarme. Me duele la espalda, estoy pensando seriamente en ponerme a trabajar, y para colmo, como si todo eso no fuese ya suficiente para abrumarle la vida a cualquier cristiano, para colmo, necesito perejil fresco para los ravioles de ricota y nueves que voy a comer con una salsita con jamón. No sé cómo no me han internado todavía. Necesito unos días en Puigarri, descansar. Esas cosas. Llegar a la clínica, estresado, con Polémico, con Braden y bueno, te llevo a vos Pajarraco, también. Capaz. No lo decidí todavía, así que no me mires con esa nariz deforme que tenés. Sos la peor cosa que he visto en mi vida, te pondría delante de un juez de la corporación y le diría: mire, mirelo bien, ¿y usted está en contra del aborto? Canalla. Todos canallas. Sabés qué, Pajarraco? Mirame cuando te hablo. Pajarraco, dónde te metiste. La puta madre, dónde puse al Pajarraco. Poléeeeeeeeeeeeeemico dejá eso!
Lo destrozaste, hijo de puta, empezaba a quererlo. Pobre. En el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo bergoglio conseguile una habitación allá en el cielo. Yo la pago. Y tomá, si podés, dale esta botella. Vamos, Polémico, hay que conseguir perejil.

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