lunes, septiembre 01, 2014

Marcados por dentro

LOS TATUAJES

torquinst 
Por  Silvina Giaganti 

Camino tomando whisky porque me deslizo suavemente por la existencia como en una cinta transportadora. Porque me paro frente a un estacionamiento vacío y me lo quedo mirando hasta limpiarme los ojos. Porque me ayuda a ser testigo de como la melancolía es ese exacto punto donde todavía no oscureció del todo y las luces de la ciudad ya se encendieron. Porque las cosas tienen más color, como si una lluvia las hubiera lavado. Camino tomando whisky mirando las baldosas que respiran la urgencia del frio. Porque proceso los derrumbes con un airbag mental. Porque cuento los tatuajes hechos para adentro y evoco el recorrido de la máquina que los hizo, siento el surco tibio como una loción aceitosa esparcida en el cuerpo.
Los que estamos marcados por dentro nos cuesta elegir que signos poner en la piel. Porque tatuarse es como hacerse una vitrina de recuerdos selectivos, es elegir qué cosas del museo privado que somos no tienen que morir, al menos no antes de nosotros. Es decidir que archivos vitales volver inmortales.
Quise hacerme tres tatuajes a lo largo de mi vida. Los nombres de mis dos gatas ya muertas, Vito y Bembé, a las que enterré envueltas con mis remeras y mi olor en ellas después de cavar un pozo con una pala con mango de madera en la vereda con tierra de la casa de mis padres, y el de Poxi, mi perra, un cuzco mestizo de pelo negro brillante que tiene 10 años. Un nombre al lado del otro en orden cronológico, con letra de imprenta sobre la carne del bíceps del brazo izquierdo.
Me quise tatuar el estribillo de Reckoner, una canción de Radiohead que me unió a un amor que nació y creció con el color verde disponible del chat de Gmail de 1 a 4 de la madrugada hace 5 años, yo le escribía desde la silla giratoria de un altillo de un departamento enorme de Constitución envuelta en una frazada marrón a cuadros de lana porque no había calefacción y ella me respondía desde un colchón de dos plazas apoyado en el piso de un cuarto amplio y cuadrado como una caja, en un ph de la calle Mario Bravo. Cuando la conocí unos meses después, un viernes de julio por la noche, lo primero que hice fue escanear la habitación color verde agua, los rincones, las esquinas, los recovecos y el techo, y fijando mis ojos sobre la computadora le susurré: “así que desde acá me escribís”. Media hora después de conocer el lugar donde su noche se unía a mi noche, me obligó a irme porque estaba drogada y entonces le di miedo, yo, que no había tomado nada, y volvió a contactarme tres días después, para decidir reencontrarnos en el pasaje que conecta Riobamba con Callao, hablarnos mirándonos las bocas, darnos un beso y estar juntas durante dos años. Una noche de muchísimo frío que yo calmaba con té y ella con whisky, me mandó un video de la canción con la banda tocándola en un ciclo que se llamó From the Basement. Después me dijo: esta canción me hace pensar en vos. El estribillo dice: “because we separate like ripples on a blank shore”, algo así como: porque nos separamos como olas en una playa desierta.

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