Armando Tejada Gómez
COPLAS DEL PRISIONERO
Estamos prisioneros,
prisionero:
yo de estos torpes barrotes,
tú del miedo.
¿Adónde vas que no vienes
conmigo, a empujar la puerta?
No hay campanario que suene
como el río de allá afuera.
Como el que se prende fuego
andan los presos del miedo:
de nada vale que corran...
¡El incendio va con ellos!
No hay quien le alquile la suerte
al dueño de los candados:
murió con un ojo abierto
y nadie pudo cerrarlo!
No sé, no recuerdo bien
qué quería el carcelero...
¡...creo que una copla mía
para aguantarse el silencio!
Es cierto: muchos callaron
cuando yo fui detenido;
¡vaya con la diferencia:
yo preso, ellos sometidos!
Le regalé una paloma
al hijo del carcelero.
Cuentan que la dejó ir
tan sólo por verle el vuelo...
¡Qué hermoso va a ser el mundo
del hijo del carcelero!
Estamos prisioneros,
prisionero:
yo de estos torpes barrotes,
tú del miedo.
¿Adónde vas que no vienes
conmigo, a empujar la puerta?
No hay campanario que suene
como el río de allá afuera.
Como el que se prende fuego
andan los presos del miedo:
de nada vale que corran...
¡El incendio va con ellos!
No hay quien le alquile la suerte
al dueño de los candados:
murió con un ojo abierto
y nadie pudo cerrarlo!
No sé, no recuerdo bien
qué quería el carcelero...
¡...creo que una copla mía
para aguantarse el silencio!
Es cierto: muchos callaron
cuando yo fui detenido;
¡vaya con la diferencia:
yo preso, ellos sometidos!
Le regalé una paloma
al hijo del carcelero.
Cuentan que la dejó ir
tan sólo por verle el vuelo...
¡Qué hermoso va a ser el mundo
del hijo del carcelero!
Hoy estaba almorzando, en Paraná. Frente al río. En la costanera. Un lindo día, de primavera. Un anticipo estival. Una boludez, de esas que se me ocurren, junto a la urgencia de escribirlas. Con las patas apoyadas en la mesa. El mozo, total, es amigo mío. Y almuerzo a las 5 de la tarde. Me levanto a las 3. Leo los diarios. Y escribo, cuando empieza la noche. Con una botella de agua en el escritorio. Escribo horas enteras. De eso vivo. Paro un rato. Miento en twitter. Escribo algo, en el recreo, en este blog, de madrugada. Hoy estaba almorzando. Queda feo almorzar con las piernas subidas a la mesa. Pero tengo experiencia. Lo que me falta de estilo lo tengo de experiencia. Y se me ocurrió eso. Esta idea que te contaba. Bah, no, todavía no te la conté. Tampoco es la gran idea. Pero yendo al punto: vivir como esperando algo es una boludez, una cosa de la adolescencia, un fastidio, una pelea, vulgar, contra la ansiedad. Y mucha gente vive así. Como esperando abril. Como esperando el premio, la consagración, un día de gloria, el amor que vuelve, el amor que viene, la paga de fin de mes, el aguinaldo de la vida. Y yo no tengo esa virtud. A mí, francamente, me chupa un huevo. No es una gran idea, ya sé, pero te la quería contar igual, pelotudo.
Yo almorcé pescado, a la parrilla, con papas glacé (creo que se escribe así) y me comí todo el pan de la panera. Un dorado. Pescado de río. Mientras leía unos apuntes. Cosas que imprimí. Las escribí anoche. Me parecían geniales. Pasa que había cambiado el agua por cerveza. Eran puras porquerías. Muy dolorosas. Hay horas donde todo me duele. Hay horas tristes. Quietas, de la noche. Como esperando abril. Desesperado. Mirando la luna, entre otras cursilerías. El río Paraná, tiene esos encantos, del camalotal, del sonido bello de la palabra quietud, de la imbecilidad de los escritores olvidados, meados encima, renegados, patéticos, los escritores que me formaron, antes de que el mejor folklore de la patria, el de la República de Palermo, nos cante loas, ensimismadas, nostálgicas, inexistentes, las coplas de la patria, el patrioterismo, la barrabrava de la cultura, esa chicana, confiada, en la argentinidad, cantada desde lejos, desde el puerto, pero puerto madero. El puerto de Paraná es triste. Porque es un puerto de verdad. Con barcos y humedad, con obreros paraguayos, pescadores pobres, un río marrón extenso, sojeros forrados en guita, islotes como manchas del horizonte, manchas de nacimiento, prefectos, putas, holgazanes, narigones, yo creo que en todos los puertos de verdad el de prefectura es un narigón que va de marica aunque tiene siempre la espalda remilgada, poca sofisticación, como los marineros: manos curtidas, boina sucia, músculos, putosidad al palo, no jodamos. Y me río solo. De la pavada que escribo. La palabra putosidad, que no existe.
Todo es tan torpe.
Uno se hace alcahuete del propio ego.
Y allá afuera hay un puñado más grande que el puñado de amigos, que buscan que uno tropiece, que caiga, con la fuerza del fracaso, por las barrancas del parque Urquiza. Ahora que estoy tratando -me insiste un amigo, urquizista- en tratar de entender a Urquiza, ese traidor. Hijo de puta. La soberbia de estos dedos. Un dorado, a la parrilla, no es tan bueno como un sábalo entre amigos. Relleno de cebolla de verdeo. Gran invento de la química, ése. La cebolla de verdeo. Y morrones. Diarios viejos sobre un tablón. Un tenedor. Todos pican. Alguien canta canciones de Palermo. Por ejemplo, una zamba de Luis Profili, mendocino, como Armando Tejada Gómez. Cafrune le dio sentido a esa zamba. Las zambas de Palermo, de la República de Palermo, suenan mejor en el campo. Ese género literario -el campo- tan lindo y tan caro a la imbecilidad nacional. Yo con las patas sobre la mesa. Escribiendo tonterías. Pensando cosas. Provocando abuelitas. Las espinas del sábalo. Esta madrugada, silenciosa, inmóvil.
Fumando un habano, mirando el río, me acomodo la boina, bajo los pies y los dejo en una silla. Las cosas salieron bien. Pasa, de verdad, y muy lento, un camalote. En serio. Pasa por ahí, al lado de una canoa. Los puertos de verdad son puertos tristes. Llenos de ausencia. De gente que no espera nada. Barcos, húmedos, gigantes, que parten cargados de alfalfa hasta China. Llegan a un puerto, chino, mugriento, con trabajadores mal pagos, prostitutas industriales, del BIRC, millonarios en sus oficinas del Partido Comunista, qué mundo nos espera, dios mío, a los gurisitos, costeros, que juegan en la hamaca amarga que puso la municipalidad. Para pibitos que no tienen play station. Que no saben nada de historia, que no saben quién fue, en tiempos inmemoriales, Mario Bross. Guardián de la infancia, Mario. Y éramos tan chiquitos, jugando en la hamaca, creyéndole a nuestros padres, mirando los adultos, como si siempre tuvieran razón. Ahora, que yo soy adulto -así, todo boludo, lleno de dudas, de cositas, de miedos, de cinismo- quiero testificar, señor juez, los niños deben saberlo, su señoría, hay que decir la verdad: nosotros, este mundo extraño y autocomplaciente que es la adultez, nosotros no sabemos nada, nosotros nos desquitamos, nos mentimos, nos engañamos, nosotros estamos jodiendo a los chicos, no les estamos contando la verdad, no nos animamos a decir, simplemente, pibe, no sé. Yo, no sé. Disculpame, pibe, pero no sé.
-¿Cuánto te debo?
-¿Te sumo lo de la semana pasada? Te olvidaste de pagar, todo bien. ¿Me lo pagás ahora?
-Sí. No, pará, no traje plata. Vengo otro día.
-Muy bien. ¿Andás bien, Lucas, de la pierna?
-Ando muy bien. Se está haciendo de noche. Zamba del carbonero....ésa era.
-¿Cómo, Lucas, perdón?
-Que la Zamba del carbonero, ésa era la canción con la que tenía que poner RE en la guitarra. Me gustaba poner RE porque son los tres dedos juntos, y yo tenía los dedos chiquitos...
-La canta Horacio Guaraní, muy buena.
-Pero le pone bombos. Igual, cuando dice "quemando la leña...junto con su corazón", me gusta.
-¿Qué tal estaba el pescado?
-Bien, muy rico. Me voy. Ah, sabés qué, odio el pescado.
-Ah...¿sí?
-Sí. Buenas noches.
"Hay un niño en la calle"
Luego del derrocamiento de Perón en 1955, Tejada Gomez pegaría un giro tanto en su arte como en su posición política. Él contó varias veces que el elemento detonante para el cambio en su manera de escribir fue un comentario crítico de su hermano, obrero de la construcción, que le mencionó que sus compañeros de trabajo decían que "escribía cosas que nadie entendía".2 El comentario influyó notablemente en Tejada Gómez, quien decidió entonces orientar su poesía hacia los problemas sociales y los temas populares. Uno de los primeros poemas de esta nueva etapa fue su conocido poema "Hay un niño en la calle":2
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- A esta hora exactamente hay un niño en la calle.
(...)
y saber que a esta hora mi madre está esperando,
quiero decir, la madre del niño innumerable
que sale y nos pregunta con su rostro de madre:
qué han hecho de la vida,
dónde pondré la sangre,
qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.
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