Pregunto, nomás, eh. No quiero generar discordia donde ya abunda. Porque más que nunca necesitamos consenso entre garcas.
Pero, volvamos al punto: a ver vos, Gabriel, que sos amigo de Ricardo Fort desde la infancia, ¿es el De Narvaez de la política, que heredó de papá, se aburrió y se puso a "hacer algo para la gente" como Paganini a troche y moche?
A la madrugada veía la repetición de Cógico Político, por Blank y Van Der Koy. A 25 años del acuerdo del Beagle, estaba el negociador de la dictadura militar (ni me acuerdo el nombre) que narraba cómo se negoció con la dictadura de Pinochet y el rol del mediador del Vaticano, el último estado teocrático de Europa.
Tras desconocer distintos laudos y mediaciones, Videla había arrastrado a militares más especializados en secuestrar monjas que ejercer su rol profesional, a la frontera con Chile.
La negociación se terminó en los llamados "acuerdos de Montevideo", en Uruguay, donde también había una dictadura.
El conflicto entre la dictadura de Videla con la Pinochet , y la mediación vaticana, fue siempre a espaldas del pueblo argentino argentino y el chileno (de la población vaticana no sabemos, porque ahí no hay censos ni votaciones ni encuestas: manda el monarca) como quedó demostrado con el contundente resultadod e la consulta popular argentina ya durante la democracia: más del 80% de los argentinos a favor de una resolución pacífica.
¿Qué le preguntaron tres veces los conductores al diplomático de la dictadura?
-¿En esos tiempos había negociación, consensos, acuerdos, no como ahora, eh?
-Pues claro. Le doy un ejemplo, hace poquito un cardenal hizo una misa en Luján para conmemorar el acuerdo chileno y el rol del cardenal Samoré (el enviado Vaticano a mediar con Videla y Pinochet) y fueron Cristina y Cobos...y no se saludaron.
Hoy sólo salí de mi casa para ir hasta el quiosco. A comprar dos cervezas. Ok. Fui tres veces, pero así es la vida. Trabajé en casa, hice un montón de cosas que a nadie le importan pero igual puedo contar: almorcé la cena de ayer, cuando Mi Pequeña hizo empanadas, muy ricas, las cebollas. Y cené, hoy, unos sánguches de miga hechos con pollo, salsa golf y no se qué verduras, mejor ni preguntar. Escuché a Luis Salinas, escribí una nota muy mala, a escobazos saqué una paloma que se metió por el balcón. Estuve a punto de bañarme, pero me quedé mirando por la ventana a unos vecinos que se puteaban. Se puteaban como se putea: a los gritos y estruendosamente.
Dormí la siesta, miré con atraso al Real Madrid contra el Barcelano, hablé por teléfono con un montón de gente y prometí ir a un montón de lugares adonde no fui, para variar.
Un amigo se acercó hasta mi casa. Hacía varios, pero varios años que no lo veía.
-Tás pelado hijo de puta.
Así me saludó.
Para, después, ya más cariñosamente, decirme: y estás gordo, también.
Así que caí en la cuenta que me estoy haciendo viejo.
Más o menos parecido a como de chico me soñaba, acaso un poco más vago y con más fracasos que en la media de la resignación, pero no ha estado del todo mal.
Se me ocurre una cosa: las llagas están más curtidas, como en el cuero, por el paso del tiempo, y resaltan entonces menos, en el alma de los que están acostumbrados a la pelea.
En algunos años vendrán los problemas del corazón.
Hay quienes mueren suspirando la novia que añoraron. Perdón. No puedo ser tan torpe de usar la palabra añorar. Hay quienes mueren suspirando la novia que perdieron.
Quienes mueren neuróticos y conflictuados porque papá los sentaba en la falda.
Quienes mueren en accidentes de tránsito, en homicidios imposibles, en reyertas familiares.
Hay quienes mueren de enfermedades de la culpa, otros que mueren en el tren volviendo del trabajo.
Cierto, siempre lo sabíamos, esto es probablemente inútil, nada nuevo.
Y supongamos que un hipocondríaco se decide asustadísimo a ir a la consulta clínica y al pisar la vereda del sanatorio un suicida le cae encima y no muere en el acto, sino 15 segundos después. El tiempo suficiente para saber que todos los miedos fueron en vano.
Cuando era veinteañero, solía tomarme en joda lo que se conoce como la angustia de la muerte, de la falta de significado, de ausencia de sentido. Ahora, me debo estar haciendo viejo, porque regreso a cuando con siete años sabía que iba a morirme. Y que iban a morir mis padres, mi abuela, mis hermanos. Mis amigos.
A mí me da bronca ir entendiendo que vivimos para comprender la muerte. Qué le voy a hacer.
¿Un tratamiento capilar? Una boludez. ¿Una catarsis de la escritura? Otra boludez.
Ojo, si tuviera más talento, lo haría.
Lo malo es que uno va conociendo, también, entre otras cosas, sus limitaciones.
Hace un tiempo vengo estudiando, para ocupar las noches y el silencio, la situación política y la historia del continente africano, pero también aprendiendo las limitaciones, las mías, para estudiar y entender.
Y algo curioso va pasando, con la edad: cierta sensatez y timidez. No publicar cualquier cosa. No decir cualquier cosa. Más amable, más vulgar, más así. Contar menos. Cuidarse. Antes estaba dispuesto a levantar campamento y mandar a todos a la mierda. Ahora. Con esta panza. Empezar de nuevo, otra vez, o ceder, un poquito, que así, se supone, es la vida. Cediendo un poco. Hasta que nunca llegue el día en que sentís verguenza de vos mismo. Hasta que te olvides.
Quiero decir: hace un par de años yo me divertía narrando una cruel borrachera de verano. Ahora, viste. No sé. Pero es también la edad. Uno va aprendiendo a manejarse, a caer bien. En los ámbitos donde me muevo siempre caigo mal. Me venía chupando un huevo, pero parece que va concluyendo esa fellatio. ¿Es menos neurosis, es "inteligencia emocional" o es sólo que uno va teniendo más miedo? No es fácil saberlo.
Mis amigos, los más profundos, creen que cuando hablo de estos temas me pongo interesante. Detesto la palabra, el adjetivo sobretodo, interesante. Pero voy a esto: la cosa es así, debe ser así, porque mis amigos se mueven en la misma franja etaria, más o menos (generalmente más) y en más o menos el mismo plano social y cultural. De modo que debe ser así. No sé. Hay otra cosa más: veo menos a mis amigos. Con algunos me he peleado, con otros, bueno, siempre estamos ocupados. Antes no era así. Se supone que hoy estuve ocupado, y no. Pero estos son los temas que a veces, y con algunos, me gusta hablar.
Con Mendieta o con los Iparraguirre. Con Pablo o con Néstor, cuando vivía en Paraná y nos íbamos de los bares después de que se vaya el dueño. Con el Gallego antes de que se vuelva a España, con Fernando cuando le digo tomemos otra. Esta sí, la última.
Uno se va, dulce y pacíficamente, llenando de certezas. De vez en cuando, se sienta en el balcón, mira la pelea de los vecinos y sueña que todo eso es cierto. Que es verdad. Que uno se va, dulce y pacíficamente, llenado de certezas.
La policía federal se comportó de manera brutal. Es evidente que hay una idiosincracia institucional que permite que haya milicos sacados golpeando a los pibes y que ninguno de sus compañeros lo meta preso.
Pero también hay otra cosa: la policía labura con coimas institucionalizadas que se llaman adicionales, con lo cual el que tiene más plata tiene más seguridad. Por eso, Viejas Locas, como Callejeros, Intoxicados y en general todas las banditas de millonarios que lucran con los pibes excluídos del sistema, contratan canas por adicionales, en vez de ahorrar guita y contratar (como corresponde) a una empresa de seguridad privada: porque de ese modo, sus propios fans se darían cuenta de lo obseno del negocio, y de que el principal responsable de la represión no es el gobierno, éste o cualquiera, sino el grupo Viejas Locas.
Y es que la cosa funciona más o menos así. Los empresarios del arte forman una banda que canta contra la policía, pero saben que la mitad por lo menos de los concurrentes al recital no van a pagar la entrada.
Las imágenes que muestran la represión que encargó y pagó Viejas Locas a la Federal, tratan de gente que está en la puerta porque no va a pagar la entrada. Lo que sí hará es entrar al recital.
La exclusión social de estos hijos adoptivos del menemismo, que el kirchnerismo no ha podido revertir (aún cuando destinó millonarios subsidios a programas que, para variar en Desarrollo Social, fracasaron pero enriquecieron consultoras) tiene relevancia, a mi juicio en este plano, por sus aspectos culturales, no tanto económicos.
Yo recuerdo cuando se viajaba miles de kilómetros para ver un recital de Los Redonditos de Ricota (que fueron responsables no asumidos de varias represiones y -cierta responsabilidad, nunca asumida tampoco, tuvieron en la muerte de Walter Bullacio: pero esto no les impidió seguir su vida miserable de millonarios) y se iba sin la plata de la entrada. No porque no lo tuvieran, sino porque así funcionan las cosas. Viejas Locas, Intoxicados, Callejeros, Los Redonditos de Ricota, La Renga, saben que pasado cierto tiempo del recital tienen que abrir las puertas para que la batalla no sea campal; y dejar entrar a los que no van a pagar. Para reducir ese pasivo, contratan policías para que repriman durante ciertas canciones (habitualmente con letras que apuntan a esos policías, cantadas por grandulones que mandan a sus hijos a colegios privados de los más caros, pero le hacen creer a los pibes que toman birra en la esquina y se enfrentan con los ratis) hasta que pasado cierto tiempo abran las puertas, violando todas las normativas de seguridad de los estadios o los boliches.
Lucran, mentirosamente, con los hijos de la exclusión cultural. Imprimen esos códigos. Las bengalas, los petardos, los palazos de la cana, el apretarse entre todos aunque hayas pagado la entrada.
¿Porqué un empresario asociado contrata a la empresa Viejas Locas, cuyo público no consume bebidas en cantina, paga pocas entradas, muy baratas y aumenta los costos de modo impresionante con los policías, sin poder, a la vez, asociarse con el intendente de turno para manguear un subsidio?
Si ese mismo empresario contratara a Leo Matiolli tiene que pagar menos coimas a la policía, puede arreglar con el intendente (no así con multinacionales como Quilmes, Movistar, etc) vende mucho más en cantina y no genera quilombos con los vecinos. Además de que, a los grupos de cumbia, se los explota vilmente, a diferencia del roncanroll viejita, donde los músicos son empresarios de multinacionales. El relato cultural dice lo contrario: el cumbiero es un mercenario y el viejita un pibe que ensaya en el garage. Es al revés.
¿Porqué entonces opta por esos grupos de impresentables?
La razón me resulta desconocida.
Algo intuyo, pero no sé. No tengo certezas.
Los empresarios de cumbia suelen ser tremendos explotadores. Los músicos de estas banditas de agite, unos mariquitas que piden champagne y sanguchitos de miga en el contrato, spa en el hotel y suben al escenario a cogerse pendejitas, mientras se llenan de plata.
Les chupa un huevo la represión. La ven como un asunto contable.
Les queman la cabeza a los pibes.
Son festejados por Quilmes, por La Mega, por Movistar, por periodistas del ámbito, por una comunidad de negocios con pretensiones artísticas. Me dan bronca. Es evidente.
Ojalá el estado anulara las coimas llamadas adicionales y tuvieran que contratar bajo su exclusiva responsabilidad a los que reprimen. Los rendonditos de ricota intentaron hacerlo. Tuvieron que disolver la empresa.
Ojalá esos pibes no vivieran bajo constante agresión de un sector de los medios de comunicación, y de presión de otro sector. Ojalá tuvieran trabajos en blanco, estables, centros recreativos, un horizonte distinto.
Ojalá se publicaran listas de los empresarios asociados que contratan a estas banditas de millonarios inescrupulosos. Si esas listas se publicaran. Ay.
¿Tan alta moral tienen los llamadores a las radios porteñas? ¿O es que son tímidos y todo le da verguenza?
Acabo de escuchar a un jubilado que cobra 1600 pesos decir que es una verguenza cobrar 350 pesos más, en el programa de Gerardo. También estaba avergonzado por las escuchas de Macri. Al mismo nivel. O sea, menos formación política que un periodista del diario Perfil. Gente con verguenza. Tanta verguenza. Pobre, che. La verguenza es una emoción irracional que se procesa como un ataque a los propios valores. A mí me cuesta pensar que los llamadores a la radio sean personas con una alta y sutil gama de valores. Porque en la radio, nunca podés putear a un oyente que llama (regla de oro): aunque la mayoría de los oyentes te parezcan unos reverendos pelotudos. Es decepcionante, en serio, trabajar en radio: los oyentes te deprimen. Cuando terminás el programa te llaman para hacer catarsis, te esperan en la puerta de la radio para decirte dos cosas: lo importante que es su problema personal y 2) cómo salvar el mundo con dos o tres medidas que él tiene planificadas. Un capo. Un banana. Le decís sí, muchas gracias, lo voy a tener en cuenta, me están llamando por el otro teléfono. Te mordés la lengua. Supones que la mayoría de los oyentes no llaman a la radio, escuchan, y punto. Que son personas menos grises, menos rodeadas de problemas cardíacos, menos tontos. Hay periodistas que se regodean si llama un jubilado que, pobre, se siente solo, se duerme con la radio evangelista, te escucha porque está al pedo, entiende cualquier cosa y te llama para decirte que sos genial: hay periodistas muy frágiles y ególatras que se creen esas pavadas. Pero la mayoría son seres humanos normales, con más tiempo y lecturas que la media, que se alegran por tener una primicia aunque involucre a 39 muertos. Que tienen una escala de valores relajada, pero no tanto como la tía, el taxista, el gerente de hotel, la que vende flores en los bares. Sin embargo, los llamadores a la radio, que viven en galerías subterráneas y sólo asoman la cabeza en alcantarillas para expresar su indignación, hablan desde una altísima moral, unos boludos. Ni saben lo que dicen. Capaces de prenderse en la consigna "qué calzones usás en navidad" u opinar sobre un crímen del cual desconocen todos los detalles, son técnicos de fútbol, acertadores de lotería, expertos en energía nuclear, amantes de la honestidad, renunciadores de funcionarios, tontos de remate, solucionadores de conflictos en la ONU, expertos en caza y pesca y derecho administrativo, saben de todo, se indignan por todo. ¿Porqué será que no conozco a nadie, pero a nadie eh, de mis familiares y amigos, que llamen a la radio?
¿Existen los llamadores a la radio o son programas de computadoras que los productores utilizan para amenizar el dial? Existen, existen. Viven avergonzados. Solitarios. Indignados.
Marcan el pulso. Decoran estrategias editoriales. Son hablados. Son focus group. Son personas que adoran la sociabilidad y la comunicación, pero que sus hijos dejaron en banda, sus ex compañeros de trabajo no les dan pelota, son los que arman quilombo en el consorcio, que discuten con los empleados de Telecom, que cierran la puerta temerosos, es claro, muy claro, que son solitarios. Pero la mayoría de los periodistas de radio no podría vivir sin ellos. Bah, como vivir, vivirían, pero con las mañanas un poco más tristes.