"Qué locura lo que aprobaron ayer" fue el comentario, recién, de un militante peronista en una oficina pública de Paraná. Todos los presentes, asintieron.
Nadie dio por necesario fundamentar esa afirmación.
Se trata de militantes de barrios populares.
Hay una dimensión histórica en todo esto. Pocos lo perciben, porque pocos tienen como un componente de sus vidas, incorporada esa dimensión, la historia.
Las leyes, más allá de los imperativos categóricos, van detrás de las transformaciones sociales. Aún así, a veces, en ciertas coyunturas, se unen varios ingredientes y desde las legislaturas se emiten mensajes potentes. Horizontes de conducta social aceptada. No discriminar, es uno.
La discusión jurídica resultó de avanzada.
Hubo expositores de alto contenido teórico (como Fuentes y Filmus) otros, francamente empobrecedores. Sorprendió la chatura teórica, la incultura en general, de los detractores del proyecto. De todos modos, la media es muy por encima de la capacidad media de argumentar de la gente de a pie.
Por mi formación, estas mismas impresiones me chocan: el elitismo es una porquería. Pero. Bueno, a veces, las cosas son así.
Colectivos militantes con fuerte cohesión interna, tras batallar muchos años, tras modificar tácticas, afinar la puntería, van ganando consenso.
Es la primera vez en la historia que un titular del ejecutivo nacional se pronuncia a favor de la igualdad de derechos por encima de las diferencias sexuales. Este es un hecho trascendental.
Aunque también, el voto de los líderes radicales, del único socialista, de la única senadora que permanece en la derechista Coalición Cívica.
Algo raro sucedió.
No es común.
Rodríguez Saá dio un discurso sin pie ni cabeza. Se lo veía contrariado, incómodo. El peronismo de derecha votó en bloque contra la igualación de derechos, pero Saá no pudo demostrar convicción en su voto. Más bien, lo contrario.
Muy pocos argentinos -como quien les habla- vieron las más de doce horas de debate. De todos modos, más argentinos que de costumbre vieron la sesión del Senado.
Da un poco de bronca observar que la derecha, que se llena la boca con profesión de fe republicana, a la hora de los hechos se caga en reglamentos y formalidades. Negre de Alonso picó en punta en groseras faltas reglamentarias. Esta derecha es muy vulgar, discúlpenme.
El Grupo A demostró sus logros: Negre de Alonso.
La hipocresía de la derecha clerical es un dato para observar.
Están temerosos, no sólo de sus mentes retorcidas y perversas, sino además -he aquí la novedad- tienen miedo de quedar como discriminadores.
La correción política es muy aburrida, la baja de las pasion es absolutas, componente innegable del avance de los derechos de tercera generación, deviene en aburrimiento. Mejor así.
Los efectos electorales, para los cruzados antikirchneristas, no se harán esperar.
Los bloques opositores que acompañaron la medida, aún cuando en algunos casos fueron los impulsores, se cuidaron bastante bien de no pagar los costos: Nito Artaza, vulgar en su formación política, lo explicitó al defender a Bergoglio, fuera de reglamento y con un Pampuro que estaba pintado como presidente del debate.
Pero, la medida pasó, ahora vendrá la etapa de judicialización (la derecha católica tiene muchos cuadros metidos en tribunales) y es bastante probable que muchos sectores quieran disputar los beneficios. Bienvenidos sean: esa disputa -que a los ojos de los antipolíticos ensucia todo- en realidad fortalece y da mayor legitimidad al proyecto aprobado.
Fue la política, no la religión ni el "sentido común" ni la brujería ni la pastelería o la nanotecnología, la que posibilitó esta medida. Triunfó, sobre el oscurantismo, la política.
Y los que están en contra, tuvieron que argumentar políticamente.
Es un paso adelante por muchas cosas, pero también por esto: triunfó la política, por sobre invocaciones medievales a diablos, biblias y sotanas.