viernes, febrero 25, 2011
Con el oso de Moris te moris
Derek canta:
Yo vivía en el bosque
pero no "tan contento"
caminaba, caminaba sin cesar.
Para morfar era una historia complicada.
A la noche me tenía que cuidar.
Pero un día vino un hombre con una jaula.
Yo le dije "¿Para qué?, dejá, vamo así nomás."
En el circo me enseñaron malabares
y yo al fin pude dejar de trabajar.
"Esta bárabaro" me decía un tigre viejo.
"Desayuno,merienda,almuerzo,cena, futbol de primera los domingos te han de dar,bla,bla,bla,bla.
Solo exigen que hagas 2 o 3 boludeces
Decime, por las dudas, ¿vos haces rondó filg flag?
Han pasado 4 años de esta vida.
Con el circo he recorrido el mundo asiiiiiiiiii...
En un pueblito alejado,
los de Greenpeace llegaron,
era una noche sin luna.
Me dicen que me van a liberar...
Ahora piso yo el suelo de este bosque,
otra vez voy a tener que trabajar
y cuidarme de que un rifle con un hombre no me apunte.
¡Como extraño...el Circo de Carlitos Balá!
eeeeee apepé ...
Sur de Bs As
Estimadas/os,
si alguno de estos días andan por el sur de la Ciudad (de Buenos Aires) con ganas de hacer su buena acción del día, estamos pidiendo donantes de sangre de cualquier tipo para:Paciente Juan Manuel AlessandroHospital Británico, Perdriel y Caseros, PB, dadores.Pueden ir desayunados, sin lácteos ni grasas.Lunes a viernes de 8 a 11, sábados de 8 a 10 hs.
Gracias, abrazo.
PD: se agradece reenviar.
Martín Alessandro
Subir o bajar, da lo mismo.
Supongamos que inventaran una máquina -no un aparato gigantezco-un pequeño chip o, mejor, unos anteojos, donde uno puede ver, en esos anteojos la imagen de todas las personas que subieron con uno en todos los ascensores a lo largo de la vida. Pero uno no puede verse a sí mismo, como sucede al mirar, y si el ascensor tenía espejos la figura de uno no la devuelve. Entonces es probable que, al poner play para empezar a ver, supongamos que cronológicamente, todas las imágenes, en las primeras tengamos un punto raro de vista: en los brazos de mi madre, en un cochecito, después, de a poco, a gatas, o midiendo menos de un metro (yo con 33 años tampoco mejoré mucho). Y caras desconocidas.
Pero al seguir corriendo la cinta, bueno, la cinta no, calculo que sería digital este invento, encontremos ascensores que se repiten, reconozcamos lugares, veamos caras a medias recortadas por titulares de diarios, libros, más tarde mensajes de texto.
Calculo que no soy el único que tiene secretos de ascensores, estaría, también, ahí.
Te recostás en el sofá, cruzás las piernas, y te ponés a ver cuánto tiempo perdido en los ascensores, qué pocos recuerdos válidos, cuántas caras de culo, cuántas conversaciones inútiles sobre el clima que, de todos modos, cambia todos los días, por suerte.
Y apenas un par de miradas pícaras, muy pocas vecinas que ni nos hablaron desde sus minifaldas, algún corte de luz, ayudar a una viejita con las bolsas de supermercado, alguna negociación de último momento antes de entrar en una reunión, pero en general, sin contar la espera de los ascensores, dentro de los ascensores no pasa nada.
Podés rebobinar la cinta: ver tres o cuatro veces un puñado de historias -yo las tengo, no las voy a contar, más vale- y reírte con nostalgia para disminuir la sensación de que la mayoría de las veces no pasa nada en los ascensores.
Con los anteojos digitales, sobre el sofá, cruzando las piernas, suponete, terminás de ver la cinta de todas las veces que te cruzaste con alguien en los distintos ascensores de tu vida -no cuentan las esperas ni las veces que viajaste solo- y entonces se cae el techo de tu living por una falla cualquiera, ya lo resolverán en un juicio civil y alguien capaz cobre unos mangos, mucho o poco, no te importa porque el techo te apastó con tus anteojos y acabás de morir.
A que tu último pensamiento fue: cuánto tiempo perdí en los ascensores. Qué te juego.
Pero al seguir corriendo la cinta, bueno, la cinta no, calculo que sería digital este invento, encontremos ascensores que se repiten, reconozcamos lugares, veamos caras a medias recortadas por titulares de diarios, libros, más tarde mensajes de texto.
Calculo que no soy el único que tiene secretos de ascensores, estaría, también, ahí.
Te recostás en el sofá, cruzás las piernas, y te ponés a ver cuánto tiempo perdido en los ascensores, qué pocos recuerdos válidos, cuántas caras de culo, cuántas conversaciones inútiles sobre el clima que, de todos modos, cambia todos los días, por suerte.
Y apenas un par de miradas pícaras, muy pocas vecinas que ni nos hablaron desde sus minifaldas, algún corte de luz, ayudar a una viejita con las bolsas de supermercado, alguna negociación de último momento antes de entrar en una reunión, pero en general, sin contar la espera de los ascensores, dentro de los ascensores no pasa nada.
Podés rebobinar la cinta: ver tres o cuatro veces un puñado de historias -yo las tengo, no las voy a contar, más vale- y reírte con nostalgia para disminuir la sensación de que la mayoría de las veces no pasa nada en los ascensores.
Con los anteojos digitales, sobre el sofá, cruzando las piernas, suponete, terminás de ver la cinta de todas las veces que te cruzaste con alguien en los distintos ascensores de tu vida -no cuentan las esperas ni las veces que viajaste solo- y entonces se cae el techo de tu living por una falla cualquiera, ya lo resolverán en un juicio civil y alguien capaz cobre unos mangos, mucho o poco, no te importa porque el techo te apastó con tus anteojos y acabás de morir.
A que tu último pensamiento fue: cuánto tiempo perdí en los ascensores. Qué te juego.
jueves, febrero 24, 2011
Adiós a las armas
Cada cosa material o simbólica lleva la marca del trabajo al producirla. Desde una cátedra de filosofía hasta una tuerca, una operación de apéndices y la escultura de un torturado hace dos mil años.
Por supuesto, la marca del trabajo en el proceso de producción no se debe a una sola persona, sino a una compleja trama de acumulación histórica, marchas y contra marchas, engarces de otros saberes y aplicaciones, materias primas -incluso en el plano simbólico del lenguaje- etc; de modo que las cosas cargan con la huella fonética de la producción social y su significante es un modo de intercambio en tanto su significación la resultante de una cirugía de acuerdos, azares, luchas, deseos contrapuestos e intereses concretos.
La moneda, el billete con la cara de Roca, el cheque, el CBU, la tarjeta de crédito, el cajero automático, las reservas del Banco Central, los commodities, el patrón oro, tienen que tener un fundamento último, y no es, filosóficamente, dios, precisamente.
La maquinaria de las cosas se mueve a partir de materias primas, contenidas dentro de nociones jurídicas entendidas hoy como "estados soberanos". Dio la casualidad que justito donde se delimitaron los estados nacionales estaban contenidas esas materias primas que mueven las maquinarias del mundo, la cantidad inapreciable de cosas que en derredor sobrevuelan nuestra humilde cotidianeidad. Es demasiada casualidad que justo el estado se delimitó conteniendo esas materias primas. Las que, por entonces, de cada creación estatal, eran funcionales a la maquinaria de las cosas existentes en ese momento. Puede que a partir de entonces y para que nadie sospeche de esta casualidad, se hayan creado las naciones, las banderas, los himnos. Pero resulta demasiado simplista pensarlo así, de acuerdo.
De todos modos, cariño, los estados van cambiando y se descubren nuevas materias primas o nuevas reservas de viejas materias primas, y los estados cambian fundamentalmente a partir de la guerra, pero con la nación como estandarte. O bien se disputan internamente la noción de Patria a partir de las riquezas acumuladas deshistorizando las materias primas de ese proceso de acumulación de capital, como bien saben De Genaro y Biolcatti, SA.
El fundamento de la producción de la moneda de intercambio entre cosas no puede ser, entonces, el estado, pero tampoco en sí mismas las materias primas que hicieron, hacen y harán mover los primeros peldaños de la maquinaria de las cosas. El fundamento de la producción de la moneda es, y sí, la guerra.
El fundamento de la moneda, el verdadero respaldo, son las armas. El mundo real es así.
Sería hermoso que fuera de otra manera, de hecho, con gusto me enrolo en los que bregan por un mundo donde las armas no sean el fundamento de los billetes que tengo en el bolsillo de mi jeans, el vuelto del taxi que me acabo de tomar.
Pero, mientras tanto, así son las cosas.
El olvido de que es la guerra el fundamento de la moneda, y por tanto de la economía, y por tanto de la construcción de un estado que subordina (y construye) una nacionalidad (siempre en disputa) lleva a equívocos bonitos en el análisis de las causas en torno a los grandes acontecimientos mundializados. Ya el propio recorte de mundialización implica la subordinación del ojo al fundamento último de las cosas, las armas.
No todo es tan así a secas, obvio, pero se pasa tan livianamente esto por alto que da algo de pavor.
Los cuatro gordos de la familia tipo yanqui que cargan nafta o los viejitos ingleses que hacen un trío con una joven prostituta nigeriana no viven el infierno de Irak ni Afganistán pero lo aprovechan, y no tienen ni la más reputísima idea de que sus vidas psicoanalizadas dependen de un hilo: la soga que ahorcó a Sadam Husein, las matanzas, violaciones, carnicerías, bombardeos, humillaciones, que en nombre de su nación se están, en este momento, cometiendo. Verán el informativo nocturno y creerán que hay dos clases de seres humanos: ellos y los inferiores que en el tercer mundo se masacran. No entienden nada.
Un negro levantando con alita en Brooklyn puede provocar una tempestad en Colombia.
Bill Clinton le dijo a un estúpido "es la economía, estúpido", pero sabía que le hablaba al pueblo estadounidense: no podía contarles la verdad. "Es la guerra, estúpidos"
Cuando se abandonó el patrón oro se desenmascaró la farsa y nació la guerra fría. ¿Cómo es que ahora se disfraza el fundamento nuclear de la moneda con índices de vulnerabilidad crediticia, porcentajes de acciones e indicadores de desarrollo humano? No sé, pero pasa.
Y hay un montón de gente que cree verdaderamente que el fundamento de las cosas, lo que mueve la maquinaria, es la seguridad jurídica, las inversiones, la paridad cambiaria, las tasas bancarias, el nivel de empleo, el nivel de reservas, la libertad del mercado, la productividad laboral.
Todo eso es muy importante, señor país, pero si quiere tener su estado ordenado, previsible, con una economía nacional saludable y próspera, con un nivel de vida por encima de la media, fabríquese una bomba nuclear y consiga un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. No se moleste en firmar pactos sobre buenas intenciones en derechos humanos, ecología, caridad, amor, felicidad, bondad, libertad: después de tener su bomba nuclear, usted redactará, señor país, esos pactos, con prosaaún más bonita, y se los hará firmar al resto de los señores países, convivados de piedra en esa asamblea estudiantil que es la ONU, donde hay un montón de corbatas sofisticadas negociando grandes asuntos mundiales en un auditorio con miles de canales de noticias. Bueno, no, ahí, ahí no pasa nada. El cierre de listas está en la otra habitación, y está custodiada la entrada por una cortina de hierro. La contraseña es Bomba Nuclear. Bienvenido, pase, tome asiento.
El mundo no es un lugar encantandor ni resultado de las buenas intenciones, lamentablemente.
Los niveles de hipocresía diplomática son inversamente proporcionales al poderío militar de un estado, el resto, sí, todo bien, pero primero, lo primero.
miércoles, febrero 23, 2011
Alfajor santafesino
Bueno, tras la orden presidencial de acomodar la interna santafesina, Agustín Rossi, lanzó su candidatura a gobernador rodeado del cálido y espontáneo amor que, como sabemos...
Je.
Pero como de amores no vive el mundo, Rossi lanzó su campaña interna (en Bs As los kirchneristas lo adoran, pero no lo quieren a Heller: así funciona, contrapuesta, la lógica televisiva con la lógica política real en ciertos casos) y lleva dos listas de diputados. Una compuesta por lo que fue comprando del aparato del justicialismo descarriado tras la desorientacón de Reutemann y su ladero Obeid y otra de jóvenes, donde puso a un cuarentón de su oficina a encabezar y luego viene mi amigo rosarino Eduardo Toniolli, de la JP Evita, porque alguien tiene que poner militancia y votos; y después Mariana Robustelli, de Santa Fe, que no es tan linda como Lucila pero es más inteligente que yo. El experimento santafesino se llama Jóvenes por la Victoria y puede servir de laboratorio nacional para calibrar el peso de la juventud ya en un proceso político electoral, esto es, institucionalizado no desde arriba sino desde abajo. Porque se trata de la militancia que apoya a Cristina Kirchner, a Cristina, eh, no a quienes se autopostulan como sus representantes, je.
Si yo votara en Santa Fe -nunca cambié de domicilio en Paraná, por eso voy a votar a Sergio Urribarri, seguramente único candidato del justicialismo porque Busti armó otro partido para salir cuarto o quinto junto a la boleta de Duhalde; entonces Urribarri será reelectto junto con Cristina sin mayores dramas- votaría esta lista de diputados; pero un voto más un voto menos, no cambia nada. Sí, en todo caso, el proceso político que en su devenir tiene a la juventud con Cristina, por un lado, la posibilidad de institucionalizarlo, por el otro, y eventualmente las listas de candidatos a gobernador que, más vale, ninguna juega hoy por hoy a ganar sino solamente a posicionarse de cara a la interna partidaria y el 2015.
Como en los alfajores santafesinos, la única diferencia es el relleno. Las tapas son todas iguales.
martes, febrero 22, 2011
¿Qué apostamos?
1) Cristina Kirchner: 43%
2) Ernesto Sanz: 26%
3) Alberto Rodríguez Saá 17%
4) Elisa Carrió 8%
5) Pino Solanas 2%
Guau..guau!
Poema (click para ampliar) del libro Vivir...Sentir...en Poesías, del Doctor Juan José Mussi, actual Secretario de Medio Ambiente de la Nación, ex intendente de Berazategui.
lunes, febrero 21, 2011
Ganando amigos en Proyecto Surf
Si yo fuera Magnetto, ¿Qué libreto le escribiría a Pino Solanas?
A la avanzada para quitar votos al gobierno por derecha con Macri, Duhalde y Mirtha Legrand, se suma la idea de recortar por izquierda. Cómo y por qué.
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