Muy rico todo pero ahora, por favor, las mujeres retírense al otro salón, que vamos a hablar de sindicalismo. Cosa de machos.
Un sector del kirchnerismo -el pro moyanismo exrabioso, en tránsito lento a abandonarlo- tiene tiempos más republicanos, más cansados, para asimilar los nuevos escenarios. Es natural. Provienen de la familia cultural del radicalismo. Son, quieren ser, peronistas de La Nación. Entonces, suponen, que a un peronista se le puede correr la vaina con "el peronismo de Perón y Evita", naaa, corazón, esas es la tristeza de los perdedores. Y el peronismo es como River: la cultura del éxito, la nostalgia y la cosmovisión. A un peronista, claro, no se le puede decir -a riesgo de que piense que se le habla en mandarín- "no se puede gobernar sin la CGT". No, eso es muy de niños bien, del peronismo de La Nación. El peronismo -que eligió su presidente, se llama Daniel Scioli, y representa todo lo contrario, por derecha, que Moyano (y estoy grandecito para distinguir justicialismo de peronismo: el verdadero peronismo y justicialismo es el que gana la elección)- reserva un lugar muy marginal para los marginales de la política. Y hoy, señores, los sindicalistas en general y los de la CGT muy en particular, son políticamente marginales. En parte por su propio mérito. La contradicción, dialéctica, rojita, que contienen en su ser. La que les delegóun verdadero peronista como Onganía (oh, las cosas de la vida: la mitad de la CGT, con Vandor a la cabeza, estaba con Onganía) Las obras sociales. Las patéticas obras sociales de los sindicatos. La gente, los laburantes, les tienen bronca, mucha bronca, por eso.
Cuando transcurría la dictadura de Frondizi, Framini, un dirigente sindical, pudo ganar las elecciones democráticas que, por error, el radicalismo permitió. Y rápidamente, corrigió. Anulándolas. Para las actitudes antidemocráticas el radicalismo es decisionista.
En la clave de lectura universitaria, ese hecho es narrado así: el dictador no quería, en el fondo de su ser y su bella alma (traigan de nuevo a las mujeres del salón de té: ahora les vamos a hablar de historia según la UBA, esto es para sensibleros y mentirosos, las mujeres lo son: los hombres son fornidos, trabajadores y peronistas) masacrar con los tanques como hacía ni anular elecciones porque no ganaba el radicalismo, que es el respeto a la república, la división de poderes y el fortalecimiento institucional, señoras, pero pasa que los que ganaban las elecciones, según el dictador, no lo eran, entonces no podía haber elecciones, bueno, hacía esas cosas, pero en el fondo quería hacer lo contrario: le leímos la mente y, más aún, le escaneamos el corazón. Pobre Frondizi, nuestro dictador de corazón bueno!
Y Framini, señoras, ganó la elección porque era combativo. O sea, no era peronista. No lo dicen así, pero lo entienden así. En clave universitaria el peronismo es Rodolfo Walsh, y la carta de Walsh a la dictadura última, es descontextualizada porque Walsh tiene que ser peronista, básicamente, para no parecer, en clave universitaria, el enunciador historiográfico, lo que es: un gorila. El peronismo auténtico (je) contesta simbólicamente con la reivindicación de Rucci. El Wachiturro, Facundo, nuestro ídolo parecido a Pablito Ruiz, gran trabajador de los peajes, lo dice en crudo: reivindica el programa de La Falda (el programa combativo de un grupo de sindicatos durante los 50 y 60) y a Rucci. Se trata, según la coyuntura, de acentuar uno u otro. Un viejo muy pícaro y brillante, el General Perón, sabía hacer esto muy bien. Para la consecución de fines precisos que hacían a la justicia social. Su legado no fue sólo táctico, pero fue lo táctico lo que más impregnó. Bien. Corazones. Framini podía ganar las elecciones porque, más o menos (más o menos) era el delegado de Perón. Los delegados de Perón eran los que ganaban las elecciones. Los herederos, el pueblo. O sea, nadie. Framini podía ganar las elecciones porque el brazo armado de la iglesia católica que alternaba las dictaduras con la UCR no pudieron, no supieron o no quisieron desarmar el estado peronista. Tuvo que hacerlo, el peronismo. "De los años 90". Framini podía ganar porque los intereses que representaba sindicalmente representaban a la mayoría de los trabajadores y partes de las clases medias. Todo lo contrario al sindicalismo posterior a Onganía, posterior a Videla y posterior al peronismo de Menem y Duhalde. Que hicieron mierda tanto la sociedad que hoy, sencillamente, la CGT es un edificio histórico. Donde los dueños de cada sindicato, obtienen y deben su poder a cada sindicato, la propio. Después, para algarabía de la sesuda prensa analítica, se dividen en secretarías en la CGT, asi como los centros de estudiantes secundarios. Pero en estos últimos, manda el presidente. En la CGT no manda nadie porque no hay nada sobre qué mandar.
Así como tres partidos trotkistas arman cinco cuartas internacionales, tres sindicatos arman las 62 organizaciones peronistas. El brazo político de la CGT. Formado, hace mucho tiempo, por comunistas -saquen a las señoras del salón- y peronistas, y eran 62 "organizaciones", porque estaban filiales de gremios también. Hoy, lo comanda al Tío Tom, Momo Venegas, con tres sindicatos que, bueno, el Tío Tom cuando vende humor suma erróneamente para arriba y cuando hace balances contables suma erroneamente para abajo. El Tío Tom, qué chistoso personaje. Peronista de alquiler. Y firmes convicciones.
Los sindicalistas deben su poder al modo, sea cual sea, se encaramaron al sindicato. Nada más. Las paritarias, se hacen sin ninguna confederación. El cargo de secretario general confederal es un modo de mocionar por un columnista televisivo, que en el fondo no le importa a nadie. Está, cada cual, en la suya. Con entramados federativos que agrupan, también pero según los casos, a las patronales. Como en el caso de Moyano. Y, aprovechemos que no están las mujeres para decirlo, es el ministerio de trabajo el que permite que tal o cual se quede en su sindicato. Las elecciones, cuando hay alguna (sólo cuando un pesado, tipo Moyano, se mete en otro sindicato como el del más pesado Cavallieri: pero sabe que no puede ganar, sólo le está mojando la oreja al gobierno, por la guita de las obras sociales: quizás alguno de los lectores de este humilde y modesto, sobre todo humilde, por su autor, blog, recuerden que hace casi medio año contaba esto como el inicio de una pelea de Moyano contra los fantasmas y contra Cristina) las manejan desde el ministerio de trabajo. Donde manejan los padrones. Donde se acordó la paz social, por decirlo de alguna manera bonita. Donde se firman o no los convenios colectivos que, señoras, pueden llegar a trabarse un montón por qué empresa lleva sánguches a la fábrica. Dado que la empresa es de....
El mundo laboral está fragmentado. Los analistas de opinión sólo conversan con porteros, mozos y taxistas.Nunca le hablan de sus respectivos y muy conocidos sindicalistas. Raro, ¿no? Santamaría, el periodista, Barrioviejo, el mafioso, Viviani, el estereotipo, son conocidos socialmente, están ahí desde antes que Napoleón invadiera Costa Rica (¿Napoleón no invadió Costa Rica? Ah, entonces están desde mucho antes) y como yo no creo en la renovación -me parece que cuanto más tiempo se permanece más se sabe- pero sí en la democracia, no me gusta que los sindicalistas sean elegidos mediante los mismos métodos oscuros que los jueces, los columnistas de los diarios o los blogueros asesinos: burócratas aferrados a su sillón que pontifican cuánto debe durar el otro en su cargo. Los trabajadores perciben como ajenos los intereses, ya no de Yaski o Pedraza (por citar dos modelos sindicales antagónicos), sino de cualquier sindicato de otra rama que no sea la propia. Porque objetivamente, además, colisionan.
No hay un problema con la CGT, hay un problema con Hugo Moyano. Y en realidad, Moyano tiene un problema con Cristina. Y tiene un problema, entonces, Moyano, por tener un problema con Cristina, con el resto de la CGT. Que sobrevive gracias a las planillas de Trabajo. A los padrones del ministerio de Trabajo. Como sobrevive Moyano. Como sobrevivió durante el menemismo. Qué lindo es el amor, señoras.
Moyano tiene un problema con Cristina. El peronismo, la CGT, esperan calmos el obvio desenlace. Y Scioli juega su propio partido. Contradictorio con el partido que juega Moyano. Pero tácticamente convergentes. Si la economía sigue bien, esto tiene un final previsible y cantado.
Buenas noches, mis amores.
Ya pueden volver las mujeres.
Un sector del kirchnerismo -el pro moyanismo exrabioso, en tránsito lento a abandonarlo- tiene tiempos más republicanos, más cansados, para asimilar los nuevos escenarios. Es natural. Provienen de la familia cultural del radicalismo. Son, quieren ser, peronistas de La Nación. Entonces, suponen, que a un peronista se le puede correr la vaina con "el peronismo de Perón y Evita", naaa, corazón, esas es la tristeza de los perdedores. Y el peronismo es como River: la cultura del éxito, la nostalgia y la cosmovisión. A un peronista, claro, no se le puede decir -a riesgo de que piense que se le habla en mandarín- "no se puede gobernar sin la CGT". No, eso es muy de niños bien, del peronismo de La Nación. El peronismo -que eligió su presidente, se llama Daniel Scioli, y representa todo lo contrario, por derecha, que Moyano (y estoy grandecito para distinguir justicialismo de peronismo: el verdadero peronismo y justicialismo es el que gana la elección)- reserva un lugar muy marginal para los marginales de la política. Y hoy, señores, los sindicalistas en general y los de la CGT muy en particular, son políticamente marginales. En parte por su propio mérito. La contradicción, dialéctica, rojita, que contienen en su ser. La que les delegó
Cuando transcurría la dictadura de Frondizi, Framini, un dirigente sindical, pudo ganar las elecciones democráticas que, por error, el radicalismo permitió. Y rápidamente, corrigió. Anulándolas. Para las actitudes antidemocráticas el radicalismo es decisionista.
En la clave de lectura universitaria, ese hecho es narrado así: el dictador no quería, en el fondo de su ser y su bella alma (traigan de nuevo a las mujeres del salón de té: ahora les vamos a hablar de historia según la UBA, esto es para sensibleros y mentirosos, las mujeres lo son: los hombres son fornidos, trabajadores y peronistas) masacrar con los tanques como hacía ni anular elecciones porque no ganaba el radicalismo, que es el respeto a la república, la división de poderes y el fortalecimiento institucional, señoras, pero pasa que los que ganaban las elecciones, según el dictador, no lo eran, entonces no podía haber elecciones, bueno, hacía esas cosas, pero en el fondo quería hacer lo contrario: le leímos la mente y, más aún, le escaneamos el corazón. Pobre Frondizi, nuestro dictador de corazón bueno!
Y Framini, señoras, ganó la elección porque era combativo. O sea, no era peronista. No lo dicen así, pero lo entienden así. En clave universitaria el peronismo es Rodolfo Walsh, y la carta de Walsh a la dictadura última, es descontextualizada porque Walsh tiene que ser peronista, básicamente, para no parecer, en clave universitaria, el enunciador historiográfico, lo que es: un gorila. El peronismo auténtico (je) contesta simbólicamente con la reivindicación de Rucci. El Wachiturro, Facundo, nuestro ídolo parecido a Pablito Ruiz, gran trabajador de los peajes, lo dice en crudo: reivindica el programa de La Falda (el programa combativo de un grupo de sindicatos durante los 50 y 60) y a Rucci. Se trata, según la coyuntura, de acentuar uno u otro. Un viejo muy pícaro y brillante, el General Perón, sabía hacer esto muy bien. Para la consecución de fines precisos que hacían a la justicia social. Su legado no fue sólo táctico, pero fue lo táctico lo que más impregnó. Bien. Corazones. Framini podía ganar las elecciones porque, más o menos (más o menos) era el delegado de Perón. Los delegados de Perón eran los que ganaban las elecciones. Los herederos, el pueblo. O sea, nadie. Framini podía ganar las elecciones porque el brazo armado de la iglesia católica que alternaba las dictaduras con la UCR no pudieron, no supieron o no quisieron desarmar el estado peronista. Tuvo que hacerlo, el peronismo. "De los años 90". Framini podía ganar porque los intereses que representaba sindicalmente representaban a la mayoría de los trabajadores y partes de las clases medias. Todo lo contrario al sindicalismo posterior a Onganía, posterior a Videla y posterior al peronismo de Menem y Duhalde. Que hicieron mierda tanto la sociedad que hoy, sencillamente, la CGT es un edificio histórico. Donde los dueños de cada sindicato, obtienen y deben su poder a cada sindicato, la propio. Después, para algarabía de la sesuda prensa analítica, se dividen en secretarías en la CGT, asi como los centros de estudiantes secundarios. Pero en estos últimos, manda el presidente. En la CGT no manda nadie porque no hay nada sobre qué mandar.
Así como tres partidos trotkistas arman cinco cuartas internacionales, tres sindicatos arman las 62 organizaciones peronistas. El brazo político de la CGT. Formado, hace mucho tiempo, por comunistas -saquen a las señoras del salón- y peronistas, y eran 62 "organizaciones", porque estaban filiales de gremios también. Hoy, lo comanda al Tío Tom, Momo Venegas, con tres sindicatos que, bueno, el Tío Tom cuando vende humor suma erróneamente para arriba y cuando hace balances contables suma erroneamente para abajo. El Tío Tom, qué chistoso personaje. Peronista de alquiler. Y firmes convicciones.
Los sindicalistas deben su poder al modo, sea cual sea, se encaramaron al sindicato. Nada más. Las paritarias, se hacen sin ninguna confederación. El cargo de secretario general confederal es un modo de mocionar por un columnista televisivo, que en el fondo no le importa a nadie. Está, cada cual, en la suya. Con entramados federativos que agrupan, también pero según los casos, a las patronales. Como en el caso de Moyano. Y, aprovechemos que no están las mujeres para decirlo, es el ministerio de trabajo el que permite que tal o cual se quede en su sindicato. Las elecciones, cuando hay alguna (sólo cuando un pesado, tipo Moyano, se mete en otro sindicato como el del más pesado Cavallieri: pero sabe que no puede ganar, sólo le está mojando la oreja al gobierno, por la guita de las obras sociales: quizás alguno de los lectores de este humilde y modesto, sobre todo humilde, por su autor, blog, recuerden que hace casi medio año contaba esto como el inicio de una pelea de Moyano contra los fantasmas y contra Cristina) las manejan desde el ministerio de trabajo. Donde manejan los padrones. Donde se acordó la paz social, por decirlo de alguna manera bonita. Donde se firman o no los convenios colectivos que, señoras, pueden llegar a trabarse un montón por qué empresa lleva sánguches a la fábrica. Dado que la empresa es de....
El mundo laboral está fragmentado. Los analistas de opinión sólo conversan con porteros, mozos y taxistas.Nunca le hablan de sus respectivos y muy conocidos sindicalistas. Raro, ¿no? Santamaría, el periodista, Barrioviejo, el mafioso, Viviani, el estereotipo, son conocidos socialmente, están ahí desde antes que Napoleón invadiera Costa Rica (¿Napoleón no invadió Costa Rica? Ah, entonces están desde mucho antes) y como yo no creo en la renovación -me parece que cuanto más tiempo se permanece más se sabe- pero sí en la democracia, no me gusta que los sindicalistas sean elegidos mediante los mismos métodos oscuros que los jueces, los columnistas de los diarios o los blogueros asesinos: burócratas aferrados a su sillón que pontifican cuánto debe durar el otro en su cargo. Los trabajadores perciben como ajenos los intereses, ya no de Yaski o Pedraza (por citar dos modelos sindicales antagónicos), sino de cualquier sindicato de otra rama que no sea la propia. Porque objetivamente, además, colisionan.
No hay un problema con la CGT, hay un problema con Hugo Moyano. Y en realidad, Moyano tiene un problema con Cristina. Y tiene un problema, entonces, Moyano, por tener un problema con Cristina, con el resto de la CGT. Que sobrevive gracias a las planillas de Trabajo. A los padrones del ministerio de Trabajo. Como sobrevive Moyano. Como sobrevivió durante el menemismo. Qué lindo es el amor, señoras.
Moyano tiene un problema con Cristina. El peronismo, la CGT, esperan calmos el obvio desenlace. Y Scioli juega su propio partido. Contradictorio con el partido que juega Moyano. Pero tácticamente convergentes. Si la economía sigue bien, esto tiene un final previsible y cantado.
Buenas noches, mis amores.
Ya pueden volver las mujeres.









Por Cristian Carrillo