miércoles, diciembre 15, 2010
Ni de derecha ni de izquierda
Carta a Eduardo Duhalde y Luis Majul:
He leído en el día de hoy que tanto el ex senador Duhalde como el operador Majul me han citado, con las mismas palabras, dando por sentado que no soy ni de derecha ni de izquierda.
Quiero, por lo tanto, dejar sentada mi posición.
Efectivamente, yo no soy de izquierda ni de derecha, más bien, no me importan mucho esas definiciones. He sido usado por la izquierda -el caso, por ejemplo, de Stalin en la ex URSS- como por la derecha- el caso, por ejemplo, de Franco en España- y en general, trato de tomar lo bueno que ha hecho cada uno. No es que quiera tomar solamente los extremos: me han usado, con cotidiana frecuencia, las autoridades de Holanda, vanamente las de Grecia y han reclamado imperativamente mi presencia en Nigeria, adonde no pude ir, lamentablemente.
No estoy diciendo ninguna novedad, pero tantos años de estudio psicoanalítico me han servido para comprender que, para los otros, yo no soy el que creo que soy, y tampoco soy lo mismo para otros entre sí. Al igual que la puerta, la maceta y el sol, yo no soy de izquierda ni de derecha, porque quien posee ideología es quien abre la puerta, riega la maceta y toma sol.
A mí me está vedado hacerlo, por circunstancias que no vienen al caso.
Sin más, aprovecho para saludarlos atentamente.
Firma: Señor Orden
desde las paradisíacas islas del sentido común.
He leído en el día de hoy que tanto el ex senador Duhalde como el operador Majul me han citado, con las mismas palabras, dando por sentado que no soy ni de derecha ni de izquierda.
Quiero, por lo tanto, dejar sentada mi posición.
Efectivamente, yo no soy de izquierda ni de derecha, más bien, no me importan mucho esas definiciones. He sido usado por la izquierda -el caso, por ejemplo, de Stalin en la ex URSS- como por la derecha- el caso, por ejemplo, de Franco en España- y en general, trato de tomar lo bueno que ha hecho cada uno. No es que quiera tomar solamente los extremos: me han usado, con cotidiana frecuencia, las autoridades de Holanda, vanamente las de Grecia y han reclamado imperativamente mi presencia en Nigeria, adonde no pude ir, lamentablemente.
No estoy diciendo ninguna novedad, pero tantos años de estudio psicoanalítico me han servido para comprender que, para los otros, yo no soy el que creo que soy, y tampoco soy lo mismo para otros entre sí. Al igual que la puerta, la maceta y el sol, yo no soy de izquierda ni de derecha, porque quien posee ideología es quien abre la puerta, riega la maceta y toma sol.
A mí me está vedado hacerlo, por circunstancias que no vienen al caso.
Sin más, aprovecho para saludarlos atentamente.
Firma: Señor Orden
desde las paradisíacas islas del sentido común.
El giro de Macri
Llama la atención el repliegue ideológico de Macri: de conquistar el amplio abanico de la antipolítica -que opera principalmente en los sectores medios -altos y altos- a replegarse en la derecha conservadora, además de poco sofisticada, claro, es Mauricio, es Macri.
Que el actual rostro humano pero argentino del PRO, Gabriela Michetti, esté en un segundo plano detrás de dirigentes como Santilli o Rodríguez Larreta, es un retroceso de la vulgata chabacana de la antipolítica cool, para meterse en el fango de la política, sí que por derecha.
Esto implica, además, la renuncia a una eventual candidatura presidencial que, como venimos diciendo desde hace tres años, nunca ocurrirá. Pero servía, la farsa de la candidatura, para dotar de algún grado de expectativa y cohesión interna a a la empresa PRO. Es decir, para iluminar una gestión opaca, siendo amables.
Correr el velo de la expectativa, someterse a las duras claves de la lucha política, no es propio de la filosofía cualunquista del PRO. De Alejandro Rozitchner, digamos, ese Luis Majul de la licenciatura en Puán.
El PRO notó que faltaba política.
Qué lindo sería que alguien del Frente Para la Victoria Ocampo notara que, mientras 6 mil porteños se organizaban para tomar un parque, ninguno de sus máximos dirigentes políticos supo que esto estaba sucediendo.
Capaz que estaban leyendo a Paco Urondo con Carla Comte, pero no vendría mal, de vez en cuando, conversar con los militantes del territorio.
Puede fallar
La gobernabilidad -tras los breves y patéticos gobiernos de De La Rúa, Chacho Alvarez y Duhalde-es un valor apreciado por las mayorías, y un activo del actual oficialismo. Más vale.
La actual narrativa dominante intenta instalar una suerte de desgobierno, de debilidad de Cristina, ante la muerte provocada por el vacío tras el fallecimiento de Néstor.
Es un poco difícil, porque dado que el ornitorrinco institucional -tan festejado, en su momento, por TODOS los radicales- que ocupa la vicepresidencia fue un freno objetivo y cruel para que la presidenta pudiera tomarse unos días de luto. Mientras la crisis de Soldati se gestaba, el intendente porteño estaba boludeando por Europa, contento en su tercer casamiento (Bergoglio, como se ve, es bastante pragmático cuando de defender el poder terrenal se trata).
Un poco difícil, entonces, instalar con algún grado de credibilidad que por la muerte de Néstor, la crisis creada por Macri -que tras boludear en Europa vino a encender la mecha del racismo- es síntoma de debilidad y desgobierno. Más bien, la sensación es la contraria.
Pero, lo interesante de esto, es que poner sobre la balanza pública la posibilidad del desgobierno, es desplegar, en el recuerdo, el principal activo con que cuenta, justamente, el gobierno.
Para decirlo en criollo, señora: es ésto, o Macri -una especie de Duhalde aún más primitivo y banal- o una reedición de De La Rúa y Chacho ahora en la cara chentosa de Ricardito, la joven promesa de los últimos 60 años, o Julio Cobos.
Si yo perteneciera a las corporaciones rabiosas que enfrentan agresivamente al gobierno, no jugaría con fuego: por el contrario, quitar la palabra gobernabilidad del escenario político, olvidarse de esos asuntos menores, es el teatro óptimo para una clase política cobarde y digitada.
La actual narrativa dominante intenta instalar una suerte de desgobierno, de debilidad de Cristina, ante la muerte provocada por el vacío tras el fallecimiento de Néstor.
Es un poco difícil, porque dado que el ornitorrinco institucional -tan festejado, en su momento, por TODOS los radicales- que ocupa la vicepresidencia fue un freno objetivo y cruel para que la presidenta pudiera tomarse unos días de luto. Mientras la crisis de Soldati se gestaba, el intendente porteño estaba boludeando por Europa, contento en su tercer casamiento (Bergoglio, como se ve, es bastante pragmático cuando de defender el poder terrenal se trata).
Un poco difícil, entonces, instalar con algún grado de credibilidad que por la muerte de Néstor, la crisis creada por Macri -que tras boludear en Europa vino a encender la mecha del racismo- es síntoma de debilidad y desgobierno. Más bien, la sensación es la contraria.
Pero, lo interesante de esto, es que poner sobre la balanza pública la posibilidad del desgobierno, es desplegar, en el recuerdo, el principal activo con que cuenta, justamente, el gobierno.
Para decirlo en criollo, señora: es ésto, o Macri -una especie de Duhalde aún más primitivo y banal- o una reedición de De La Rúa y Chacho ahora en la cara chentosa de Ricardito, la joven promesa de los últimos 60 años, o Julio Cobos.
Si yo perteneciera a las corporaciones rabiosas que enfrentan agresivamente al gobierno, no jugaría con fuego: por el contrario, quitar la palabra gobernabilidad del escenario político, olvidarse de esos asuntos menores, es el teatro óptimo para una clase política cobarde y digitada.
Por soñar y apostar
Y en algún momento de la noche, le dije. Y aceptó. Zambayonny, eso sí, por dios, hagamos la mejor canción del mundo. La mejor. La más triste, la que llene de emoción, la que divierta, que sea un himno. Que las chicas nos tiren bombachas y guardapolvos, que los viejos tiren flores por la calle Arenales, que sea el túm túm de las peñas universitarias, que nos hagan la venia en los sindicatos, que venga, la que te conté, de ojos rubios, y como disculpada y humilde, la cervical encorvada, que me de un beso en la mejilla, y una flor, además. Una flor. Tierna y cursi como una flor.
Por esa verguenza ajena que me dieron los hombres que no fui. Por tu voz, cantor. Por las palmas. Y los palmares de Entre Ríos. Que sea la mejor canción del mundo. Un mensaje de texto de Luisana Lopilato, un casorio de barrio, un día hermoso, una gran canción. Por raros, por boludos.
Algo que sepa decir: se pueden ir todos a la mierda.
Algo que le guste a mi vieja y a mi primer novia.
Algo de lo que estar orgulloso.
Algo que contarle a mis nietos. En la costanera de Paraná, cuando el río crece y no hay playas, esos días tontos que tiene diciembre.
Je. Aunque el entrerriano termine borracho y peleando mientras el cantautor recapacita con un matafuegos defendiendo las cortinas ardiendo, aunque sea así, qué buena historia ésta, no?, hay un puñado de gente que va a estar esperando nuestra canción. La que haga llorar. Y reír. Y cantar. Aplaudiendo. Rompiendo un vaso contra el espejo. Mojándole la oreja a los aburridos. Es groso, reírse así, un miércoles; por locos, por ingenuos, por lo que sea. Qué ancha y extensa es mi risa, qué ancha y extensa es.
martes, diciembre 14, 2010
El equilibrio del mundo
Quiénes son los zorros que están haciendo quilombo en el ministerio de trabajo, por dios, si pueden protestar, pero en silencio, y por carta, para no despertarme, gracias. Acá, en el sillón. Decime, Lorena, qué hago en el sillón, dos de la tarde. Así nunca podrá funcionar el Argentina Trabaja, donde trabaja la madre de Najla, qué tal señora, un gusto. Qué noche. Traje, de vuelta, la artillería. Hubo, sí, algunas bajas, pero, ojo, Dolores, te juro, te quiero. Un montón. Somos grandes. No nos vamos a andar peleando en los taxis. Recuento de víctimas, pocas. Tengo la revista Noticias, toda escrita con chistes (si volvió hasta la birome), una maravilla. Los que duermen en la calle se despiertan, también, por los bombos. Familias con pibes, frazadas sucias, un plato para pedir monedas. En el rincón de la cocina, pidiendo auxilio, el helecho quiere que no le tire una anchoa, viene, pobre, del desierto del olvido. Un vaso -casi limpio- de agua lo devuelve a la vida. De ese marrón del olvido. Le hablo, Maia, al helecho. Le pregunto por vos. Tengo esa rareza, qué se yo. ¿Andás bien, pequeña? Necesitás agua, ahí, en la maceta. Todo fue muy rápido. Te cuento algo: mi helecho, el de la cocina, está a favor de la eutanasia. Uh, Franco. Ahí te llamo. Listo. Ya voy para allá. Je, tengo mi libro El Eternauta, premio en la cena anual de la Oesterheld, gracias Martín García, sos lo más (atención Perfil, eh, que el presidente de Télam sigue rompiendo con reivindicar a los militantes, medio periodistas, pero medio nomás, eh, todos oscuros, impresentables, en fin, saludos!)
La libreta que me regaló Pablo. Todo empezó en el bar al que voy demasiado. Una vieja, con una libreta, pidiendo monedas. Es la mamá -me contó Camila- de un drogón que, detrás de la merca, le empeña a la madre hasta la vida. Que sale a mendigar. Peluquero, el hijo, pero gran merquero. No, señora. Rompen las bolas. Amiguita, todo bien, pero te voy a confesar algo: Mariano me parece un pajero. Importante. No cualquiera va con una remera adolescente a trabajar, re puntual, a una multinacional. De cuarta. Agachando la cabeza. Jugándola de parakultural, berreta, más berreta que el original. Pero, gracias, conservé la Rolling, estaba agotada, por el Indio Solari, aunque yo quiero leer lo que enojó tanto a Patucho. Acabo de gritar por la ventana si pueden, señores manifestantes, bajar el volumen de los bombos, muy amables. Esteban, ponete las pilas. Querenos, no somos tanta basura arriba de la alfombra, o bien, ni más ni menos, qué se yo. Que si nos organizamos. Bien, Martín.
Tengo el libro Mentes Criminales, de Luciano Saracino. Se lo saqué a Hank. No hice, fijate, ningún quilombo de importancia, aunque siempre que me junto con Hank, pasa algo. Anoche, la noche que terminó a las 11 de la mañana, no. Y hasta conservo tu libro, Hank. Una maravilla. Los astros deberían alinearse. Junto a las flores de los parques, el cielo abrirse, a un día peronista, lleno de gracia, de viveza, un día hermoso, la previa a una noche espectacular. Deberían suceder tantas cosas. Deberíamos ser, por hoy, definitivos. Y bailar como adolescentes, arrancándonos los botones del guardapolvo, deberíamos, tantas cosas. Me voy a almorzar. A cruzar la avenida, el viejo ritual. En Paraná hay una esquina que se llama 5 esquinas. Cruzando las 5 esquinas se me vino, una vez, la idea, potente, arriesgada, ahí fue, eureka, y me paré, hubo bocinazos, pero se me ocurrió, no lo había pensado: estoy enamorado de vos, Paola; ok, llevábamos más de un año de novios, pero no lo había pensado al asunto, y sí, es así, ey!, te grité, vos seguiste, enojada, caminando, decidida y terca. Me quedé meditando. Los bocinazos, un camionero se bajó, un taxista me puteó, desde los bares de todas las esquinas del mundo se me reían, mi vieja te quería, Paola, pero yo, ahora que lo pienso, también. Era un boludo. No tenía mucho sentido quererte. Un año después me dejaste por otro. Hiciste bien, si lo pienso objetivamente, pero, escuchame, pobre pibe, yo, no da, me parece, que me hagas eso, ok, ya pasó, lo odié tanto a tu nuevo novio, pero con los años tuve mi venganza: me di cuenta que ese gil anduvo de novio con vos, ja ja, qué banana hay que ser, sabelo: te deseé lo peor y se cumplió. Ojalá hayas sufrido tanto como yo. Basta, hace un par de días los encontré a Ricardo. Sigue jodiendo con escribir novelas, Pao. Eso ya fue, siempre llega tarde, hasta a tus labios llegó tarde. Ya estaban usados, hechos un taxi, pasaron por estos brazos, papá. El helecho revivió y me guiña un ojo. Los bombos, abajo. Cuando me acuerdo de vos, Paola, es sexo, el único recuerdo, después los celos y los insultos. No mucho más. La cafetera chilla, como solterona. Digo yo, porqué es tan difícil encontrar un lugar donde hagan los ñoquis como mi abuela, porqué. Es uno de los grandes dilemas de la humanidad. Un misterio de policial negro. Una cagada.
Me voy a comer, con el crucigrama del diario: sí, un signo de que avanza mi patetismo conceptual.
¿Y?
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