miércoles, mayo 04, 2011

Reelección indefinida

Es raro que se cuestiones -supuestamente desde la constitucionalidad, pero es todo chamuyo: no es verdad, así de simple- la reelección indefinida de un intendente o de un gobernador. Es decir, de alguien que es votado por la soberanía popular. Indefinidamente si así se le canta a esa soberanía popular. Es raro que se cuestione eso y no, por ejemplo, el cargo vitalicio de Raúl Zafaroni, en la Corte Suprema de tribunales.
Cualquier juez de morondanga tiene el cargo vitalicio. Tiene que ser muy pero muy delincuente para que logren sacarlo del sillón donde se atornilló.
¿Primó en su selección la soberanía popular, la elección democrática, la mediación ciudadana del cálculo de su idoneidad? No, nada que ver.
Es tan vergonzosa nuestra Corte Suprema de tribunales en relación a la reelección eterna de sí mismos, cambiando los sacrosantísimos mandamientos constitucionales de ser necesario para beneficio de sí mismo, que sinceramente es difícil -a la luz, repito, de esta Corte Suprema de tribunales en la materia- el más mínimo cuestionamiento de José Luis Gioja.
En el enriquepintismo cualquier huevada que sirva para expresar la impolítica es bienvenida sin beneficio de inventario, más bien con engolada indignación "republicana" y su correspondiente filosofía de cotillón. Pero la reelección indefinida es algo que impera en los "países serios" que tanto gustan a este enriquepintismo, y en cambio, tener a Carlos Fayt de compañero inmaculadamente eterno, autoasignándose para la ocasión las reglas de juego -bajo el único imperativo de quedarse en el cargo- dando hasta escozor a un obispo -la figura inmediatamente comparable-no parece generar mayores conflictos "republicanos". Ni sesudos reportajes de prensa de los obispos "progresistas" de la Corte Suprema de tribunales.
Es raro.

Mentir




Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Hace frío, tengo una estufa. Ya es un ritual que cuando vuelvo a casa me pide un pucho el que cuida autos en la puerta. Temblando, esta noche. Del frío. Tiene una campera, la mirada loca, me sonríe con complicidad. De qué seremos cómplices, la puta madre. ¿De no afeitarnos, de las ojeras, de estar tirados en el cordón de la vida? Cuando busco que me quieran me torno trágico. Sol me dijo que nos vemos en preescolar. Ya ni engatusar puedo. Este viejo adversario despide a un amigo, le digo a mi parte crápula antes de apagar la luz del velador. Mentiroso. Que Andajazi -qué se yo cómo se escribe, va una hache por ahí- me tira bombas con una soberbia resentida, que otro día con la frente baja en el trabajo, que me cuesta decirle a los pibes del barrio que no me va tan bien. Mentira. Qué sería si no me hubiera metido en el charco, en la chacota, en el barro de la política. Más infeliz, sería. O sino tuviera esta cosa disoluta, discontinua. ¿Estaría pescando en la isla Maciel o sería médico como Henry Carbó? Vamos, mentira. Que me voy a Paraná, que hablo con mi vieja, que paseo por la inmobiliaria para pagar el alquiler, que se viene el invierno, que otra noche más, que nos hacemos más grandes, que nunca quise esto, que de paso ligo un palazo en un libro sobre un crimen doloroso, se me ríen y yo me quedo callado, que hay muchas cosas que no cuento, mentira!, que Beatriz Sarlo al pasar -en un libro brillante, en el que no coincido, con esfuerzo, en casi poco- me maltrata, que la vida sigue, que mi tiempo se acaba, que la almohada dura, que un vaso de agua, que ay querida, es cierto, te llamé y me dio verguenza, que no metí ningún gol, que me he peleado con éste, que me enojé con aquel, que tu pelo rojo, que mando señales o escribo sin pensar, mentiroso. A veces los días son así. Un capricho de las cosas. Me agarro el cachete con la palma de la mano. Miro la ventana. Pongo cara de profundo. Y pienso en corpiños y daiquiris, barriletes adultos. Mentiroso. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Las heridas de la infancia son una sucesión que a lo sumo festeja cumpleaños. Con velitas. Y actores de reparto. Que hacen de escribano. Mi vieja me reta por los impuestos que me olvido, porque me cortan la luz, porque soy un colgado, porque tengo la camisa sucia. Los árboles, paraísos de flores lilas, siguen pálidos, en las calles donde empezó todo. ¿Y adónde llegó? La melancolía es solamente ser respetuoso con las ex novias. Que ya me olvidaron. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Nos vemos en preescolar, corazón. Ya ni engañar puedo, mentiroso. Me gasté los cartuchos del engaño en mí mismo. Cuando vivía en Rosario mi papá dejaba tirados los libros con tapas negras y fotos negras en la solapa negra. Cortázar me miraba y me asustaba. Pasaban marchas por el monumento a la bandera. Yo miraba por el balcón y me asustaba. Chiquitito. Tenían las barbas de mi papá, de Cortázar, de los que marchaban, todo eso me asustaba. Dónde están los pibes que se asusten de mi rabia, eh. Porqué no me quedé ahí. Con esos miedos protegidos. Ahora pago con el monotributo un seguro que no vale ni de cerca lo de esos días enormes de la infancia. Ya fue. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Que me voy a dormir. Los números en esa tela en la que se hacían las rodilleras de los jeans, los números en la camiseta blanca que mi abuela nos cosía; yo jugaba de 10. Y era el capitán. Algunos ya están muertos, otros andan desperdiciados por la vida, yo nunca los narré. Y en todo caso a nadie le importa. De todos los mundos que busqué no quedó ninguno. Bah, quedó esto. Mentiroso. Cuerina! Así se llamaba la tela. Se llama. Debe seguir existiendo esa tela. Aunque no existan más los pases y los goles, los caños y los arcos hechos con remeras. Las madres en los pórticos llamándonos a comer, mañana hay escuela, las tareas, los cuadernos rivadavia. Las crueles derrotas por goleada. No se parecían en nada a esta pequeña sucesión de imbecilidades. Yo me paro, confiado, frente a una audiencia. Agarro micrófonos, hablo de esto y aquello. La puta madre. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Cadencia musical de estas noches. Se viene el invierno. Se va algo. No sé qué es. Pero algo se va.
Ya fue. Mentira.
Me voy a dormir.
Puede que tengan razón los que me ponen fecha de vencimiento. Laboral. Social. Aunque seguramente después de esa fecha tenga la obstinación de seguir viviendo. Y rompiendo las pelotas. Me pide el flaco que cuida autos en la puerta si le doy unos pesos para el vino. Me siento en el cordón de la vereda un rato. Los taxis pasan. Los colectivos pasan. Los autos, con parejas felices, pasan. Si lo pensás bien, todo pasa. Incluso esta tristeza. Y esta cursilería. De fines de otoño. Y estas ganas forzadas de sentirse un miserable. Pasa.

Vistes, corazón.

martes, mayo 03, 2011

Oh, bama!

Llegué a la Casa Blanca el día que se había decidido comunicar la muerte de Osama Bin Laden. Entré convocado por Barack Obama quien, tras leer que yo era el ideólogo detrás del gobierno de Néstor Kirchner, quiso mantener una conversación conmigo. Obama en el fondo del salón, mirando al verde parque de la White House. Su secretaria me deposita, el Negro saca a sus asesores, quiere una reunión conmigo a solas. Estoy – él lo sabe – enfadado.

- No puede ser, máster – le digo. Eras nuestra esperanza progresista en los EEUU.

- Imagino que ya no lo soy más – me contesta, sin darse vuelta para mirarme.

- Claro que no. Violaste la soberanía de un país, mandaste a matar un tipo – le pongo cara de decepción.

- Sí. Supongo que esa bandera ya no me pertenece.

- La del progresismo. Claro que no. Es sólo nuestra.

- La de la pureza, decía yo – se da vuelta, me desafía con la mirada y ríe irónicamente.

- No, no se trata de pureza, no me corrás con esa. Mandaste a matar un tipo y eso es un límite.

- Ajá, un límite. ¿Entonces qué hago?

- Lo atrapás y le hacés un juicio.

- Sí. Está bien que pienses eso. Aprovechá que vos podés.

- ¿Y vos no? Sos el Presidente de los Estados Unidos. Podés pensar y hacerlo – le grito.

- Sí. Y Papá Noel es un señor gordo que anda en un trineo volador – baja la mirada y juega con una lapicera. La cosa es más complicada que escribir en un blog. El derecho internacional no existe, hermano. El mundo es un lugar anárquico.

groso

Groso, Barak Osama. A pesar de la monumental crisis financiera -solucionada, precariamente, socializando las pérdidas mundialmente y privatizando imperialmente los subsidios gananciales- el Nobel de la Paz está, según diversas encuestas, a sólo 2.000 asesinatos de obtener su reelección. La economía de la alianza occidental confirma el equilibrio del mundo. La crisis de credibilidad en que fue sumido el Fondo Monetario Internacional por Sudamérica se compensa con las lucrativas matanzas en África y Medio Oriente. Claro que quién sabe para dónde pueden disparar los movimientos democratistas, entonces, el golpe quirúrgico, poco republicano, del asesinato selectivo. Del hijo de Kadafi y del relacionista público, jefe de campaña de Obama, el compañero Bin Laden.
El punto de equilibrio es la fragilidad del estado de bienestar europeo, con un parche en el ojo y una bandera con una calavera. Los huesos de la unión europea no crujen, están sólidamente embalsamados. Haciendo equilibrio.

Mayo

Cuánta de la gente que va, por ahora, caminando por esta calle, tiene ganas de irse a otra parte. No sé. Desde el balcón se ve la esquina. Al lado el mate. Ninguna resaca. El cenicero y el teclado de la computadora. Los diarios de hoy siguen sin abrirse: no tienen, ya, el encanto de guardar secretos, de contener misterios a resolver, de desesperar.
Hay gente que tiene, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor frecuencia, con mayor o menor concreción, ganas de irse. De no estar donde está. Y otra gente que no. Que es distinta. Que se siente a tono con estar donde está. Desde hace largos años. Hay gente que es la mayoría de la gente que siente un pequeño, cuidado y pequeño orgullo de que las cosas sean así. Ningún malestar que desubique, ningún secreto inexplicable. Media mañana sin ojeras. Sin rumiar algo. Poca ansiedad. Casi nada de remordimientos. Incomprendido el círculo raro de la melancolía. Hay gente así. Son la mayoría.
Pareciera que no. Si mirás las caras en el colectivo, los pies de las personas en la parada. La impaciencia de las filas en el supermercado. Pero es pura apariencia. Es el cristal con que se mira. Es una boludez de tu parte. De mi parte, por supuesto.
Vino el frío. El otoño como un piano bajando en la consola de grabación.
Las panaderías están llenas.
Tengo una azalea en el balcón y la riego. Con las manos en el bolsillo. Saludo al portero de enfrente. El viento no me despeina. Me estoy quedando pelado. Pero todavía miro como penetrando el horizonte. Como analizando algo importante. Como llegando a remotos lugares del alma. Miro como si mirara en serio. Tengo entendido que la cara de profundo me sale bien. Me gusta creer que me sale bien. Aunque me esté burlando, casi todo el tiempo, de mí mismo.
Quién sabe porqué cuento todo esto.
Debe ser para no aburrirme.

España siempre estuvo cerca

En el post anterior, a propósito de varios temas, hay un video de 678 donde me saqué un poco -así es la vida- contra la monarquía y la prensa europea, para decirlo groso modo. Con mucho amor, diálogo y consenso un docente universitario de la madre patria -jo- me escribió para solicitarme que realice una videoentrevista con sus alumnos, para que yo (ja) comprenda el valor de la iglesia católica en la madre patria -y dale- y la libertad de prensa que impera en su útero, a diferencia de Chávez, Evo, Fidel Castro y ahí, escuetamente, le contesté: las limitadas elecciones en Cuba nada tienen que ver con los gobiernos profundamente democráticos y plebiscitarios de Chávez y Evo Morales. Cuando puedas votar por el holgazán de tu rey, hablamos. Y cerré la misiva con un caluroso "¿porqué no te callas?". Asunto terminado. Aunque se ve que el hombre se enojó (vaya uno a saber porqué) y me mandó varios mails explicativos de su posición. Donde más o menos entendía que la Ley de Medios argentina era un decreto de Cristina, que Clarín y La Nación no pueden salir a la calle por bloqueos de patotas que asolan las calles, que la empresa que los edita -Papel Prensa- fue expropiada y que como a algún canal Venezolano el gobierno argentino les retiró las licencias de privatización a Telefé y Canal 13.
Sonaba un poco raro. En fin, le expliqué que no era así, pero mandándole artículos periodísticos de la prensa militante de nuestra derecha, que no se animaban a tanto. 
Resumiendo; digamos que aceptó mi posición. Y luego hubo un diálogo donde se manifestaba sorprendido de que en el ranking internacional de blogs de Wikio, figuraran dos argentinos y que éstos fueran -este servidor y Diego Faúr, de Mundo Perverso-oficialistas. No dijo "oficialistas": dijo que le extrañaba que éstos no fueran "disidentes". Me mandó el ranking en cuestión: 


Ojeando un poco en la madrugada sí, bue, hay mucho anticastrista, anti PSOE y pro corona, temas africanos desde la perspectiva europea, yanquis contra Obama, en fin. Y este servidor que, como se sabe, apenas escribe para el noble objetivo de levantarse minas. Que hoy, están, las más lindas, en La Cámpera. Distinto el caso de mi amigo Diego que, como sabemos, se toma todo muy en serio.
No sé cómo se elabora ese ranking, igual es raro que esté antes que Artemio, que siempre puntea en el de Geraldihno, sí, en cambio,la pregunta es pertinente vista desde los ojos de, por ejemplo, un antichavista -rankean en idioma español alto, o bien un anti Obama o anti castrista (la joya del lugar)- cómo es que por estas pampas los más, no sé, los que figuran en esas cosas -donde primero te ponen, y si uno no está de acuerdo con estar ahí indexado, puede escribirles para que te saquen (¿debería quizás ser al revés, no?)- son simpatizantes del kirchnerismo ultramontano, eh. Exegetas del guillermomorenismo ilustrado, ilustrado polémicamente en sepia, para colmo. La respuesta puede venir de un panorama más grande sobre el sistema de medios de comunicación concentrado -con núcleos monopólicos y oligopólicos- imperante en nuestro país. Puede que sea por ahí.
Pero, a no confundirse. Los medios llamados "alternativos" no tienen -ni, a mi juicio, tendrán nunca- ni la mitad de un 1% de influencia social que los medios de comunicación tradicionales. Así que cuando escucho exaltaciones entusiastas, yo salgo corriendo. A tomarme un café en la esquina.
En fin, corazón, así es la vida.
Saludos a Máximo, de paso, con nostalgia. De cuando me quería.

Mi amor por la monarquía, los medios públicos de los países serios y el Príncipe Guillermo, tan encantador.

lunes, mayo 02, 2011

A los bootes



Teodoro Boot, afilado, en el blog del Pájaro Salinas:


Se apagó el faro moral de los argentinos

Teodoro Boot

Hubo quien varias veces temió que resurgiera del ostracismo al que lo había condenado el peso de los años, pero eran muchos, excesivos, porque nadie puede vivir indemne un siglo. Ni el mal, dicen.

Quería decir, y me distraje, que nadie puede vivir cien años sin sufrir un grave deterioro físico y mental, aunque Dios nos libre de que en su caso haya sido también moral: hablamos, justamente, del faro moral que iluminó por décadas nuestras tristes vidas, estragadas por las pasiones, las luchas, desencuentros y confrontaciones, así como por la carcajada soez y depravada de las almas bajas, la burla, la copla cachadora o agraviante, la crispación, en suma.

Tuvo la desgracia de habitar el planeta tierra, llena de seres humanos, malvados, mezquinos, avariciosos y contaminantes. Y de todo este inmenso planeta lleno de miseria y ruindad vino a caer justo acá, donde todo es peor. Pero nuestro, como él.

Fue el suyo un destino aciago, que lo agobió de angustia y desasosiego, de hondo sufrimiento por todas y cada una de las cosas y las gentes.

Sufrió mucho, inmensamente. Sufrió tanto que vivió hasta los cien años. Imagínense.

Quiso el Creador, en su infinita aunque admitamos que muy ocasional misericordia, que en la última década nos dejara sin su voz, solos, sin su amarga advertencia, sin su ejemplificador reproche, sin su atento señalamiento, sin su mirada alerta y avinagrada, sin su incurable hipocondría, sin su palabra señera y anacrónica, siempre a destiempo…¿o acaso demasiado oportuna, siempre a tiempo?

Debe ser según se mire, porque algún sentido de la oportunidad ha de haber en eso de lanzar anatemas sobre asuntos irremediables, por pasados, si tan buenos resultados le dio.

Véase qué curioso, hablamos del segundo escritor argentino más conocido por los argentinos. O acaso hasta del primero, ya que el renombre de Borges es más internacional. Además, Borges era tan antipático.

De todos modos, de hacerse una encuesta entre los argentinos sobre cuál sería el mejor escritor argentino, probablemente ocupara el segundo lugar porque, ya es sabido, antipático y todo, Borges era un genio. Lo dicen en el mundo.

Si, en cambio, la encuesta fuera entre críticos o escritores, muy probablemente su lugar sería muy otro, muy por detrás de al menos medio centenar de sus contemporáneos.

Tampoco puede decirse que haya sido un escritor muy leído, aunque tal vez sí muy comprado. Y no por falta de méritos, no porque los tuviera sino porque no viene al caso juzgarlos. Es que no hay mucho suyo para leer, excepción hecha de los ensayos, tediosos como corresponde a los ensayos, pero menos filosóficos que neurasténicos. Es decir, que son tediosos no por ensayos sino por tediosos, a no ser que uno se desviva por conocer las angustias que devoraban el alma de ese desdichado, extremadamente conciente de ser apenas un flato en el infinito universo. Pero no un flato cualquiera, sino un flato muy importante. Un flato moral.

Escribió tres novelas, de las cuales una gozó en su momento de gran popularidad. Es una novela rara, no por experimental, porque no contiene ningún experimento más que el de incorporar en el medio, pero no en el exacto medio, en la mitad, sino en el medio a la bartola, un relato que carece de la menor relación con el resto. Y eso ya se ha visto desde antiguo en las antologías y en los volúmenes de cuentos, aunque debe admitirse que nunca se ha usado en forma tan osada para llenar páginas.

Usted se preguntará: "¿Y para qué quería llenar páginas este hombre?".

No debe hacerse esa clase de preguntas a un escritor.

De las tres novelas, además de la famosa, por rara o por la separata sobre ciegos que contiene, una es directamente ilegible y la otra, la más breve, es la mejor, seguramente por carecer de pretensiones, lo que la vuelve una rareza en nuestra literatura y, muy especialmente, en nuestro escritor.

Pero la famosa, de mirarse con ínfulas de sociólogo, sicólogo o parasicólogo de masas, permitiría adentrarse en el alma o el lugar común de una época, una clase y un país, y esa sería la dicotomía entre el norte y el sur, la tragedia y la esperanza, la violencia y la paz, la controversia y la comunión, el pasado y el futuro. Así, el norte es el pasado, la carga de la Historia, la tragedia, la violencia de la larga y cruenta retirada de Lavalle hacia Bolivia con Oribe pisándole los talones. Y el sur, la esperanza, la paz y comunión entre argentinos, el futuro en que se zambullen en su huida del presente los atribulados personajes de esa historia, ese futuro, ese mítico paraje en que todo está por hacerse. Y muy especialmente, la patria ahogada en sangre por las antinomias, que surgirá pura, radiante, templada en los rigores del clima y otras boberías por el estilo, muy acorde con otra pavada de época: la civilización es hija del frío, mientras los trópicos sólo pueden engendrar molicie y barbarie.

Sería en el frío, en el duro sur que tanto se parece al duro norte germánico y anglosajón, donde se plasmaría la nueva Argentina, la Argentina sin pasado y libre de pasiones facciosas, la Argentina de la revista Gente en sus albores, el ensueño corporativo de la inminente gesta regeneradora de Onganía.

Es notable ver, ya decididamente atrapados por la parasicología de masas, cómo una clase social, cómo los escritores emblemáticos de una clase o una ideología que había ahogado en sangre al país que tanto amaba y tanto despreciaba, que en nombre de la libertad había amordazado y proscripto a su pueblo, que había restablecido la pena de muerte y los asesinatos como modo de dirimir las disputas políticas, cómo esa clase renegaba del pasado, de la historia, de la memoria para proponer un futuro límpido y libre de los ajustes de cuentas.

Porque de eso se trata, aunque resulta más palpable, más claro, tal vez por la diferente envergadura de los autores, en La guerra del cerdo, novela que para entenderse en toda su dimensión histórica y anticipatoria, debería leerse al revés: no son los hijos los que matarán a sus padres sino los padres quienes acabarán con sus hijos.

Pero semejante barbaridad es excesiva para nuestro hombre, lo sumiría en la angustia, como casi cualquier cosa, pero más. No puede permitírselo, porque al fin de cuentas, no expresa el inconciente de la clase dirigente sino la de su claque, siempre inocente, siempre moralista, siempre ausente y siempre cómplice ¿necesaria? No, indispensable. 

¿Pero de dónde la fama, el prestigio, la autoridad moral de este escritor que no ha escrito mucho y no muy bueno, al menos, no sobresaliente?

De sus arrepentimientos. De su compulsión a los sistemáticos y ruidosos arrepentimientos.

Véase: precoz y becado científico, renuncia a la ciencia y se va al campo, pero no a trabajar, como cualquier hijo de vecino, sino a redimirse, a regenerarse y a escribir. 

Y escribe y al final publica un libro, una colección de ensayos en los que denuncia a la ciencia, su aparente objetividad y nos alerta sobre los procesos de deshumanización en las sociedades tecnológicas.

Sabe de lo que habla: ha sido científico.

Pero en su dura y torturada marcha hacia el pensamiento libre, de comunista que era, miembro del Partido Comunista, secretario general de la Federación Juvenil Comunista, renuncia al comunismo, al partido y a la juventud comunista y le hace una dura autocrítica, pública y ruidosamente.

Sabe de lo que habla: ha sido comunista.

Eso sí, tuvo el mérito de no ser peronista sino opositor al oscuro demagogo filofascista que no sólo halagó a las masas sino que supo despertar sus peores pasiones. Entre ellas el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen peronista, el principal resentido.

Textualmente lo dijo, con esas exactas palabras y la profundidad que le era proverbial, en "El otro rostro del peronismo", que viene a ser, aunque usted lo lea y no lo crea, un escrito reparador, un escrito reivindicador de lo bueno del peronismo, un escrito objetivo… de cuando el gobierno peronista ya no existía y los peronistas estaban presos. Eso sí, no todos. Un poco porque eran muchos y otro porque se habían exilado o, unos cuantos, habían sido fusilados.

Usted puede leer el opúsculo de adelante para atrás y de atrás para adelante y no encontrará ninguna explicación, ninguna causa, ninguna razón que explique el resentimiento del indio, del gaucho, del gringo, del inmigrante y etcétera. Será que eran locos, esperando la llegada del loco mayor, el loco demagógico y filantrópico, el gran resentido hijo de puta.

Perdón, "natural".

Usted advertirá: acá no se arrepintió. Y se equivoca: esto también es un ruidoso arrepentimiento, porque aunque usted no lo crea, en esa regurgitación de agravios creyó, muy sinceramente, estar haciendo una reivindicación del peronismo y hasta fue el primero de los antiperonistas en recuperar, resaltar la figura, el mensaje y la importancia de Eva Perón. Tanto, que podría decirse que fue casi el precursor del "evitismo", el inventor del truco de ensalzar al muerto, que ya no jode a nadie, para denostar al vivo, el verdaderamente peligroso.

¿Pero de qué se está arrepintiendo y con tanto ruido como para publicar un escrito en el que ensalza nada menos que a Eva Perón?

De ser director interventor, director de facto, de la revista Mundo Argentino, cargo al que renunció con una estruendosa carta abierta a su hasta ese momento admirado Pedro Eugenio Aramburu en la que denuncia las torturas a que eran sometidos los presos políticos peronistas.

Sabe de lo que habla: ha sido gorila. 

Poco después, apenas Arturo Frondizi asumió la presidencia, fue designado al frente de la Dirección de Relaciones Culturales en el Ministerio de Relaciones Exteriores, a la que renunció al año siguiente disconforme con el gobierno.

Nadie supo ni sabrá jamás el nombre de quien ocupa la Dirección de Relaciones Culturales de la Cancillería, y como nadie sabe quién es, a nadie le importa si renuncia o no renuncia. Es más, ni se entera. Por mí, por usted, por millones de compatriotas, el director de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores podría haber sido y seguir siendo el mismo desde 1810, de manera que, para renunciar, a un director de Relaciones Culturales de la Cancillería le alcanza con cerrar la puerta de su despacho y dejarle la llave al ordenanza. 

Y si a nadie le importa lo que haya hecho y ni siquiera se enteró que estaba, a nadie le importaría que se fuera. Ni por qué, puesto que tampoco nadie explicó para qué estaba.
Pero nuestro hombre, que además de culo inquieto es lengua suelta y rápido para la autocrítica, ¿no va y le hace la autocrítica a Frondizi?

¡Lo único que le faltaba a Frondizi era que también el director de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores le fuera con planteos!

Onganía, ya es sabido, alentó las expectativas de todos, excepto la de algunos pocos sindicalistas recalcitrantes, jóvenes peronistas tumultuosos, comunistas, trotskistas y castrocomunistas. Si hasta Perón, que había sido la bestia negra de cuanto gobierno hubiera habido, apenas pudo invitar a desensillar hasta que el panorama estuviera más claro.

Qué era lo que tenía que aclarar, visto desde hoy, queda muy confuso. Si la serenidad, la discreción, la fuerza sin alarde, la firmeza sin prepotencia manifestadas por Onganía en sus primeros actos prevalecía, íbamos a poder, al fin, levantar una gran nación.

Lo dijo él, no yo. Si al fin de cuentas es ése el oscuro eje argumental de su novela rara, sólo que en vez de marchar hacia el sur en nuestra huida del pasado, de la tragedia, la lucha y los enfrentamientos, prevalecía la fuerza sin alarde y la firmeza sin prepotencia de las Fuerzas Armadas encarnadas en un caudillo providencial que decretaba, con la debida discreción, el fin de las antinomias, la farsa de la democracia. Imagínense que aun con la proscripción de los resentidos la Cámara de Diputados era "una farsa en la que nadie cree".

Ya era tiempo o destiempo de venir y hacerle la autocrítica a la democracia, no cuando podía hacerse algo por la democracia sino cuando había sido reemplazada por la fuerza sin alardes. Y no en la intimidad, no en la frustrante, amarga y solitaria sensación de haber contribuido a ensangrentar el país inútilmente en nombre de la democracia, sino a los gritos, públicamente, porque la culpa no era de él sino de la democracia, que no lo merecía.

Fuerza sin alardes, firmeza sin prepotencia habrá también sido la de Jorge Rafael Videla, jefe del golpe militar que acabó con el turbulento y corrupto gobierno de los resentidos de siempre: almorzó con él en compañía de Jorge Luis Borges, Leonardo Castellani y Esteban Ratti, que no es insulto ni anatema sino el nombre del entonces presidente de la Sociedad de Escritores.

Fue una conversación amable y distendida sobre la cultura en general, temas espirituales, culturales, históricos, en los que imperó un altísimo grado de comprensión y respeto mutuo. Sépase que "en ningún momento el diálogo descendió a la polémica literaria o ideológica".

Tan sólo Castellani, un cura que debía ser medio resentido y bastante impresentable, tuvo el mal gusto de reclamar la aparición con vida, cuando era tiempo, del escritor Haroldo Conti, quien una semana atrás había sido secuestrado por un grupo de tareas de las Fuerzas sin Alardes.

Pero a la dictadura también le iba a tocar el turno de caer bajo sus rayos fulminantes, y esta vez con mucho más ruido que nunca, a tenor de los horrores que demoró siete años en señalar, cuando no se estaba a tiempo de remediar nada, y también a tono con la envergadura moral que a esa altura había alcanzado el personaje. Podría haber sido su despedida triunfal y de algún modo lo fue, ya que a partir de entonces entró en el reino de los cielos, del que nunca más salió.

Nunca Más, de eso hablamos. Del informe presentado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que tuvo a bien presidir y cuyo prólogo escribió, produciendo una de las más sensacionales aportaciones a la ciencia de la patafísica: la teoría de los dos demonios.

El horror de lo escuchado había sido de tal envergadura que era imposible recurrir al eficaz remedio del perdono a tutti. ¿Cómo hacer entonces para dejar a salvo, en el limbo de la ingenuidad y el paraíso de la angelical ignorancia a la misma sociedad que había sido testigo, promotora y encubridora de ese horror? ¿Cómo dejar a salvo su propia indiferencia ante el destino de tortura y muerte al que su preocupación por la cultura en general, la plática amable y distendida, y su silencio habían condenado a Haroldo Conti?. Y a tantos otros, tantísimos sobre cuyos cadáveres y cuyos padecimientos daba el último paso para encaramarse en lo más alto del prestigio moral.

Era una vez más la apelación a la ingenuidad y a la ignorancia, la comprensión y el respeto mutuo, el debate distendido, el rechazo a las antinomias, a la polémica, a la lucha, a la confrontación, a la resistencia. Son otros, son ellos, son el pasado quienes nos han ensangrentado debido a su intemperancia y fanatismo, son los demonios que se combaten entre sí ante la sorprendida, azorada mirada de todos nosotros. Él en primera fila.

Es de nuevo el recurso de su novela rara, el rechazo de la propia realidad y la propia historia y la huida hacia ninguna parte pero disfrazada de hazaña, de proeza, de auténtica gesta. Moral, eso sí, que no duele. 

Es hazaña, en efecto, verdadera hazaña la de construir un prestigio en base a la reiteración incesante de los mismos errores, a la observación a destiempo, al silencio siempre cómplice, a la palabra cuando es impune, al anatema tardío disfrazado de autocrítica. Son ellos, son los otros. Nosotros siempre nos enteramos tarde, no nos dimos cuenta ocupados en otras cosas. Somos inocentes, buenos, individualistas, autosuficientes y éticos; damos cátedras de moral.

Pero se ha apagado al fin.

Se ha apagado el faro moral que nos iluminaba, aunque queda su luz, tenue, difumada, sin claroscuros, como corresponde, pero eterna, como el aire, el agua y la bosta de las palomas.