Para escribir hay que estar muy precario de sí, muy a fondo, inseguro, tiene que haber una razón quebrada en el alma para que te sientas y escribas. Cualquier cosa.
El problema es que escribir, incluso un tratado de serigrafía, implica mostrarse y, a veces, mostrarse las debilidades. Que después pueden ser usadas contra vos mismo.
La única salida, como dice
Ernesto Tenembaum de mí, es ser, hay que ser, un canalla. Decididamente. En el mejor sentido de la palabra: en el literal.
Miren
ésto. Un escrito contra mí -no sé quién es el autor, pero seguro lo conozco- bien organizado, con eficacia. Logra trnasmitir la sospecha. Donde el poder político es el bien, y lo que hice bien lo hice como divulgador de ese poder político. Lo que ahí consideran que son errores, son errores míos. Soy dos personas: una es kirchnerista y genial y la otra, que es más yo que todos los yoes, es adicta a las drogas, un borracho y un egocéntrico, que por eso se vuelve antikirchnerista. Es un asunto moral. Pero, dado que hablamos de kirchnerismo y nunca escuché a ningún Kirchner quejarse ni a ningún kirchnerista o peronista decir que es demasiado usar el apellido de quien conduce para nominar lo conducido, lo que no se me perdona no es el egocentrismo sino mi falta de eficacia emocional (entregando, por supuesto, el corazón a otros), la brújula perdida (por las drogas y el alcohol) y así. Macanudo.
Todo eso tiene un discreto encanto secreto.
Hace 3 años que vivo en Buenos Aires. Con lo que publico en diarios, en este blog, en revistas, en las redes sociales basta, si hay voluntad de razonarlo, para saber que no salgo casi nunca de mi casa. No tengo internet en el celular, por ejemplo. Pero voy a ésto: yo narro una vida afuera que no es cierta, aunque ojo, tampoco es que invento todo. Yo narré durante muchos años que soy el reviente, que soy mujeriego, antimoralista, ególatra hasta un punto enfermizo donde se hace gracioso, yo les narré cómo pegarme.
En mi sistema de valores la solemnidad del ceremonial y protocolo es para cagar a los más pobres. A los menos cultos. Una persona culta es la que sabe no meterse en discusiones que no entiende. Los incultos opinan, siempre, de todo lo que no saben. La ignorancia es no saber que no sabés.
Yo les conté que soy egocéntrico, pobre y borracho.
Porque yo pego a quienes transan, son corruptos o no tienen el drama ideológico de cuestionarse. Los felicito. Que de por medio esté el Código Penal me chupa un huevo. Yo soy un delincuente.
Pero delinco con épica, con luna llena, con besos en la puerta. Y odio. Mucho. Amargamente. A las personas playas, imbéciles, que siempre les va bien. A los Leo Fariña de este mundo.
Como todo moralista soy insoportable. Un antimoralista es un moralista anacoreta. Es un viejo truco que recorre, además, toda la tradición del pensamiento rebelde.
Que a mí me respondan "borracho" cuando cuestiono a los millonarios es una entrega al territorio epistemológico de la derecha, pero es peor, porque sale visceral, sale putrefactamente sincero. Y está bien.
Nada se puede lograr sin que te critiquen de manera demoledora. Lo que se puede hacer es regular la crítica. Darles las armas. Decirles cómo. Meterlos en una trampa.
Me llamó la atención que no hayan todavía tirado mi historial de cárceles. Ya vendrá.
A mí, la verdad, eso no me molesta. Es y ha sido mi vida.
Lo que me duele, y me he debatido contra mí en estos días, porque contarlo es multiplicarlo, contar qué te hiere es entregar en bandeja el arma que te desgarre, pero también es la manera de vacunarse, me he debatido y batido a duelo y bueno, ya está. Lo digo.
A mí me duele que me digan traidor.
Tengo 3 o 4 valores que trato de sostener. Uno es ése. Yo no soy traidor.
No espero que me crean. Bah, sí, sí espero que me crean, por eso lo cuento. Pero sé quiénes pueden creerme y quienes no.
Las personas que me conocen saben que soy cualquier cosa, que no me controlo ni me habito, que me falta ese comisario en la lengua que educadamente lleva la gente que vive una vida soportable, yo no me soporto, me odio cuando no estoy odiando a todo el mundo, pero yo no soy traidor.
Eso, no.
Cuando fui candidato a presidente del centro de estudiantes de Comunicación por la lista Charles Bukowski -bajo el lema Ganamos y Renunciamos- nos terminaron impugnando. Injustamente. Yo sentí que era el final predecible, esperable, que era un triunfo. Moral. Sobre la cana, el bastón y la pistola que portaba, en el año 2000, la Franja Morada. Pero puse el cuerpo, aguanté el quilombo, me narré ridículo, nos despedazaron.
Cuando salía de la reunión de la Junta Electoral, Eliéser Budazoff, el candidato a vicepresidente, venía al lado mío. Había peleado con uñas y dientes, al lado mío. Yo hasta ese día lo consideraba medio cagón. Me sorprendió tanto, lo admiré mucho. Y me sentí un insecto, una porquería. Porque no sabía (tenía 20 años) si él sabía que yo sabía que la cosa tenía que terminar así. ¿Lo arrastré a una derrota?
Desde entonces, cuando tomo decisiones drásticas, trato de no arrastrar a nadie.
No soy traidor.
Soy oscuro, puedo ser un frío calculador hijo de puta, soy cruel, hiriente, me chupa un huevo la ley y trato de sobresalir de cualquier forma en todos lados. Tengo necesidad de ser querido y como ya sé que no lo voy a lograr pateo la mesa para recordar que existo, que quiero que me quieran y sino que me odien, soy un pendejo, un adolescente emocional, pero no traiciono.
Pensé que estos 3 años viviendo en Buenos Aires, no sé. Pensé, en serio, que alguien me iba a defender en ese punto. Varios amigos lo hicieron. Varios desconocidos, también. Varios, no. A ellos les hablo.
Hoy, después de varios días en reposo por el asma, me paré y caminé. Di una vuelta a la manzana.
- Borrachoooooo, me gritó un pibe en bicicleta. Lo saludé, con el guiño cómplice de siempre. Pero quedé ridículo, vergonzosamente frágil y dolido, con la mano levantada y la sonrisa de importación, cuando me dijo:
-Sos un traidor hijo de puta.
La traición es la contracara del chupamedismo, de la venta estéril del entusiasmo al mercado de oportunidades. La traición es el reverso de ese sistema de valores donde el que gana es bueno y el que tiene el poder es mejor. Ese sistema de valores deriva en la traición o en el cementerio.
Yo, no.
Yo soy tan egocéntrico que creo que hay que vivir como uno dice que deben ser las cosas. Vivir como pensamos. Soy tan ególatra que no les creo nada a los millonarios progresistas.
Vivo de la manera que pienso. Contradictoriamente. Sospecho de los que la tienen lineal, de los que la tienen más larga, de los que tienen todas las respuestas antes de que se hagan las preguntas.
Porque la vida, de todas maneras, es otra cosa.
La Historia, ja, alguna historia con minúsculas, si es que se ocupa de mí, me condenará. Me chupa un huevo porque para ese entonces seré huesos podridos y capaz que el recuerdo de algún borracho en algún bar. No sé. Soy tan ególatra que no me importa lo que suceda luego de que me muera.
Pero sí, si alguna historia con minúsculas mira mi paso por estos trayectos apasionados y locos, quiero que sepa que a mí me dolía que me digan traidor.
Y la vida es tratar de escapar de los dolores. Tratar de no ser lo que nos duele.
Yo, Lucas Carrasco, soy autodestructivo: soy capaz de autodestruirme antes que traicionar.
Quisiera que me crean.