El amoroso mensaje de texto de mi pequeña que, a las tres de la mañana, me dice “vos pensás que sos soltero? Está entre tus planes volver a casa?”. La última clave de la tarjeta de débito (que perdí hace un mes); el despertador con el recordatorio “los mejores hombres trabajan. Seguilo intentando”. La salud y la calidad de vida que proporciona la tecla rápida de llamado a la rotisería. El último trabajo que perdí porque se me salió la cadena. El conversor de divisas y el ring tone de Los Tres Chiflados.
Perder un celular es perder un trozo de la vida, algo que uno no recuperá, jamás, mi pequeña; algo que se esfuma como arena entre los dedos. Soy un tipo original. Pongo: se esfuma como arena entre los dedos. ¿Cómo es que, a semejante talento metafórico, mi pequeña no considere poco menos que un genio? Y le otorgue cierta licencia creativa, poética. No, pequeña, no es que anduve de bar en bar hasta la madrugada con mi hermano; es que me fui de licencia poética. El lenguaje, señorita, nos configura. Y yo soy un hombre sensible, más sensible que hombre, y estas cosas me afectan sobremanera. Somos lo que queda tras batallar con las heridas. El súbito instante donde nos damos cuenta que es el primero del resto de nuestras vidas. No somos nada.
He perdido un celular. Vaya uno a saber en qué sucias manos se encuentra, quién lo tiene, contra su voluntad, secuestrado, y borra impunemente un pedazo de mi vida para escribir: mamá, papi, farmacia (que debe ser tu amante, turro de mierda, ladrón de celulares, blasfemo impío), cachito, cachito casa, cachito trabajo, cachito campeón de corrientes;Partido Socialista (porque fueron ellos, lo sé: no me preguntes cómo lo sé, pero vos, Binner, me las vas a pagar: he perdido mi celular!!!); cosas así. Huevadas. Que en su agenda reemplazan mis sutiles contactos; mi vida, forro, ladrón, mi vida está en ese teléfono!
Que hará, este secuestrador de celulares, que entra por una puerta y sale por la otra, que merece 50 años de cárcel (o pena de muerte, más allá de que yo soy católico), que hará con MI teléfono; con MIS direcciones, con MI agenda. ¿Verá el mensaje que dice: “mirá la cara de yo no fui que pone De Angelli”. Verá, la respuesta, de mi amigo José Cáceres que dice: “no me hagás reír, que después de Busti hablo yo” qué pensará, el ladrón, el chorro, el chómpiras que me afanó el celular, por más que lo haya encontrado en el colectivo de Santa Fe, qué hará? Borrará todo? Me dejará sin rastros, sin pasado de un lunes inconmensurable, con un solo clic de martes, se borra todo y no queda nada y nadie hace nada?. “Lucasio, el Pato está almorzando con Chávez y yo estoy en la Cámara de Diputados sentado en la primera fila. ¿Sabés quién está enfrente? Jorge Chemez, el que nos va a fusilar! Y encima Chávez anda diciendo que soplan vientos de guerra. No, loco, esto no es vida”. “Gurdu; dejá de hacerte el sufrido laburante y volvé a tu casaaaaaaaa. Son las 2 de la mañana, hijo de puta. Besos; tu pequeña”. ¿Qué será de mis recuerdos del lúnes, qué, eh, qué? ¿Adónde van las palabras que no se quedaron, adonde van ahora mismo, los mensajes de texto que me afanaron? Acaso nunca; acaso se va…¿y dónde van, adónde van? Como un perro ladrando a la luna, como esa figura, que recuerda a mí. Pero entonces lloraba por mí, y ahora lloro por verlo partir. Mi celular. Mi mejor amigo. Porque cada vez que conozco más a las personas, más quiero mi celular. Hay que matarlos a todos, convengamos. Se han perdido los valores. Intervienen el Indec, me afanan el celular, y nadie hace nada. Nadie. Todo mal. ¿Dónde están los de los derechos humanos, eh, y los garantistas, todos putos, todo mal.
Octavio, vos que defendés a los delincuentes, no te hagás el distraído, los guerrilleros del Frepaso como vos, me tienen, mirá, hacete cargo. Todo mal. Y la pobreza, escandalosa, señor cura. Los delincuentes, eh?, señor juez. Y las retrenciones, señor patriota. No te digo; si no nos unimos los argentinos, detrás de tres o cuatro puntos en los que nos pongamos de acuerdo, y echamos a la conchuda montonera, esto no se arregla más. Esto es como en la guerra, hay que ir matando primero a los de la primera fila, y después a los otros. Viva la patria, carajo. ¿Y la mansa vaca que se deja ordeñar celulares para cubrir la ineficiencia del estado? ¿Y mi celular? No te digo: nadie hace nada, y así estamos.En el nombre del padre, del hijo y del espíritu movistar; me despido, hasta la victoria siempre, celular